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El estrés y la vida

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El estrés y la vida

 

El campesino humilde y sencillo que trabaja por la supervivencia, el artista que vive la tensión sublime del acto creativo, el estudiante que prepara sus exámenes, el emprendedor que precipita sus sueños en una nueva empresa, el prisionero que masculla sus culpas y sus miedos mientras recrea la libertad del futuro en su presente, todos ellos experimentan la tensión del estrés de diferentes modos. Aún el filósofo que lleva el universo a su mundo interior a través de la reflexión está dando sentido esa fuerza creadora que pareciera sostener la evolución.

 

Aunque sea difícilmente definible, esa tensión adaptativa del estrés se da en todos los niveles de relación, se manifiesta en la pérdida real o ficticia del paraíso, en la ira, en el miedo, en la ansiedad o la pasión, y aún en el amor. Todas las polaridades positivas y negativas del estrés se relacionan a través de cargas y tensiones implicadas en un universo interactivo en proceso de cambio permanente. El fuego y la gravedad que gestaron la transmutación de la materia amorfa en una piedra preciosa son expresiones del estrés. También en las relaciones humanas es estrés aquello que pule nuestras aristas y lo que ordena, renueva y transforma. Puede ser estrés también aquella fuerza regresiva que nos precipita a niveles de orden inferior. Así, el estrés es el trasfondo de todo proceso de cambio sea este progresivo o regresivo -distrés-.

 

En condiciones de alta velocidad de cambio se incrementa el nivel de estrés, generando una mayor exigencia para la adaptación. Puede ser que tengamos la sensación de que el tiempo se queda congelado o, al contrario, que se mueva más rápido. Podemos sentir como si no nos alcanzara la respiración y estuviéramos a punto de perder el control. Hay sentimientos mezclados de no poder con la vida, de ansiedad, de angustia, de temor, de insatisfacción, o de una profunda emergencia de los motivos profundos que mueven con pasión la vida. Es posible que el estrés inconscientemente sostenido suceda a un evento crucial como una pérdida afectiva o un revés económico, que pareciera habernos partido para bien o para mal, la vida. Es como si se nos hubiera roto el corazón.

La subjetiva objetividad del estrés

No es sólo lo que sucede en el ambiente, pues muchas veces no es suficiente el regreso de la calma externa para que cese la tensión. Podemos seguir experimentando la tensión insoportable de una tormenta adentro, como sucede después de vivencias dramáticas no resueltas (estrés post-traumático). No son sólo los sucesos y el cómo nos suceden. Es cómo nosotros sucedemos, lo cual tiene relación con nuestros códigos de lectura y nuestra propia interpretación y narrativa interna que, además de mental y emocional, es biológica.

 

¿Es la reacción adaptativa que produce complejas reacciones psicofisiológicas un asunto meramente subjetivo? No. Ya hoy no hay razón para separar lo que vivimos emocionalmente de lo que ocurre objetivamente en el plano de la biología molecular. La psicofisiología del estrés, como movimiento adaptativo o disadaptativo -distrés-, no sólo tiene connotaciones subjetivas, pues las tormentas emocionales son al mismo tiempo tormentas químicas.

El corazón partido, por ejemplo, es un trastorno funcional bien descrito en cardiología, que simula los hallazgos objetivos de un infarto. Está asociado a sobrecargas físicas o psíquicas y se acompaña de una imagen ventricular característica. Pero el estrés puede tener connotaciones positivas, que conducen a la experiencia de la plenitud y la pasión por la vida. En tales condiciones nos superamos y cambiamos sin renunciar a lo que somos.

El estrés es así el conjunto de estrategias biológicas y subjetivas que nos permiten la adaptación al cambio. Su resultado, positivo o negativo depende de cómo nos conectemos a los procesos de cambio. De cuánto nos exigimos frente a las demandas del mundo externo y nuestro propio mundo subjetivo. 

Estrés autogestión y cambio

La evolución, incluida la de los sistemas vivos, implica un proceso incesante de cambio, que se manifiesta en un campo de interacciones, en los que tenemos tensiones entre diferentes polaridades. Estas pueden conducir a una síntesis emergente o a la divergencia y la separación, que nos llevan a estados más primitivos de nuestra propia evolución. La adaptación efectiva al cambio genera la capacidad de autogestión de los sistemas vivos, cuyas propiedades incluyen la de la autopoiesis o capacidad de auto-recrearse. 

 

Todo en el universo cambia, lo cual implica un desequilibrio con tendencia al equilibrio que evoca una respuesta adaptativa. Esta conduce a un equilibrio transitorio, seguido por un nuevo desequilibrio y una nueva adaptación. El cambio que caracteriza la evolución genera una cascada de fractales de la que los sistemas vivos hacen parte. Somos sistemas fractales, como todo el resto del universo y esta eterna posibilidad de cambio se cualifica y acelera en los sistemas vivos. Podríamos incluso concebir que, por la dinámica permanente, el mismo universo es un sistema viviente. 

La tensión entre las partículas y sus cargas implica un campo de fricción en el que asistimos al ascenso o la caída. Todo se bifurca. La historia de los sistemas cambia, emerge, avanza o retrocede. La adaptación es la capacidad de emerger y aprender en ese campo de alta tensión que establece una diferencia de potencial o tensión y un flujo de energía entre las cosas que se relacionan. 

Lo humano cósmico: una faceta creadora del estrés 

Imaginemos que han debido transcurrir infinidad de interacciones y adaptaciones progresivas para que pudiera aparecer ese proceso emergente que es la vida. Vislumbremos en presente esa síntesis acumulativa de más de tres mil millones años de mutaciones y emergencias acumuladas en nuestras propias vidas. Somos una especie de inteligencia adaptativa de toda la naturaleza, contenida en nuestra biología y modulada por nuestra biografía. 

A nivel humano, toda la tensión acumulada de la evolución, resulta en una adaptación progresivamente emergente y da cuenta de una inmensa fuerza -creadora o destructora- que puede ser liberada a través de la humanidad.

 

En su recorrido por el cauce de todos los reinos de la naturaleza, la corriente evolutiva ha ido emergiendo desde los afluentes de la biología hasta el océano de la psique humana, para florecer en las civilizaciones o explotar en la catástrofe del odio, el separatismo y la violencia que sacude, en la naturaleza humana, toda la naturaleza. Henos aquí, ahora mismo, sometidos al estrés mayor de la sexta gran extinción de la vida en la tierra. Morimos todos a una forma de vivir el mundo, para nacer a un mundo nuevo. 

Una multiplicidad de universos interiores se relacionan y emergen, desde la química hasta la biología, para confluir en el agua de las de emociones, que contiene ya los embriones del anhelo de ascenso al cielo de la mente.

 

Estos universos, subjetivos en cada quien, generan diferentes facetas opuestas, que han de convertirse en la síntesis emergente de lo que progresivamente se humaniza. Estrés, distrés, construcción, destrucción, anulación, emergencia. El presente profundo de un universo interno nos lleva más allá de la supervivencia de la especie, donde somos relativamente anónimos, al nombre y el proyecto psíquico irrepetible de cada persona.

 

Asistimos en lo humano a la paradójica emergencia de una individualidad densamente entretejida al mundo y, por lo tanto, única en su capacidad de reflejarlo de un modo original.

 

Al nivel evolutivo de lo humano, la tensión creativa de la gran expansión coincide en tiempo y espacio con la enorme carga de una gran contracción, a través de la cual toda la corriente evolutiva desemboca en el presente subjetivo de cada vida humana. 

El estrés como adaptación externa implica una consideración predominantemente biofísica. El mismo estrés en la perspectiva de la conciencia subjetiva -conciencia reflexiva- tiene que ver con la conciliación de los diferentes aspectos evolutivos del sí mismo. 

El estrés, la tensión creativa y la imagen de uno mismo

El cerebro y los circuitos sensoriales están diseñados para reconstituir el universo al interior, y generar, a través de un complejo proceso de interocepción, una imagen original del universo en uno mismo. Esta es la imagen de sí, que constantemente se recrea y se renueva. En esa imagen nos jugamos la vida. Con ella, tenemos la estrategia para relacionarnos con el universo, que recreamos adentro. Es ese el universo que proyectamos para relacionarnos con todo lo otro -ese aspecto de nosotros que completa afuera nuestra visión interna-. 

 

La tensión creativa, que implica la interiorización del mundo, se convierte en concepción y creación que nos lleva a confrontarlo con el resto de la creación. Interior y exteriormente estas creaciones se relacionan, generando tensiones, compresiones, comprensiones y unificaciones, progresivamente mayores. El estrés es así una característica evolutiva, que a nivel humano adquiere sus niveles más profundos y significativos. El estrés es tensión creativa en una naturaleza que, a través de sus interacciones dinámicas se va haciendo cada vez más viva. 

 

En el estrés constructivo, expansión, contracción, fuerzas de tensión y compresión, conforman una dinámica de equilibrio. Es el mismo tipo de estrés la de las estructuras geodésicas autosustentadas que por la distribución equilibrada de fuerzas se adaptan a grandes tensiones, sin colapsar (cúpula de Buckmunster en arquitectura). Cuando el soporte de la estructura es múltiple, ordenado y diverso, el resultado es un nivel de adaptación superior a todo tipo de cargas. La tensegridad o integridad tensional, representa en el plano arquitectónico la distribución armónica y equilibrada de tensiones que confluye en la estabilidad, con el consiguiente incremento del rango de tolerancia o banda pasante, el rango de posibilidades adaptativas del sistema. Lo vislumbramos claramente en la dinámica de interacción de ondas, que pueden reforzarse o anularse. Una interacción de refuerzo implica coherencia o resonancia armónica, la forma más efectiva de comunicación para resolver las tensiones generadas en el campo de relación. Un estrés positivo implica la resolución en una resultante que, al ser sinérgica, incrementa la estabilidad de un sistema. 

 

Soportes únicos o exclusivos, columnas sobre las que se aplican todas las tensiones, exclusivismo, déficit de diversidad, falta de una economía distributiva, llevan a que cualquier sistema afronte el estrés de un modo desequilibrado. Es el caso de los monocultivos que alteran la variedad ecológica y revelan una gran fragilidad frente a las plagas. El distrés conduce al desequilibrio. El eustress conduce al equilibrio dinámico generador de estabilidad en medio del cambio. La variedad de recursos multinivel es una clave mayor para el afrontamiento exitoso del estrés. 

 

Lo reconocemos en la biología, cuando advertimos la correlación entre la variedad de la microbiota y la calidad de la salud de una población. Una tensión que se resuelve en la correcta dirección genera al fin un grado de libertad mayor. Cuando el sistema inmune se somete, por ejemplo, a la tensión de una infección bacteriana o viral puede salir fortalecido (con un nivel de atuo-reconocimiento y de libertad mayor), aumenta su espectro de adaptabilidad frente a las demandas externas. 

 

El estrés y la vida

Las expresiones del distrés a nivel global se manifiestan en las tormentas solares, las alteraciones en la ionosfera, las inversiones del campo magnético terrestre, los movimientos telúricos, los cambios climáticos, algunos ligados a extinciones masivas de las especies en la tierra. Del abono generado por las cenizas de grandes extinciones emergen nuevas formas de vida. Y la vida humana es la consecuencia lejana de la última de estas grandes extinciones, cuando de una de las ramas emergentes brotó la familia de los homínidos. 

Cómo afrontar el estrés. 

A nivel humano, el estrés no es nada que se viene encima, es sobre todo nuestra capacidad de generar una respuesta adaptativa. 

El estrés mantiene latente el proceso de aprendizaje de las crisis que periódicamente se agudizan y representan los puntos cruciales de cambio de orbital o de nivel de conciencia. 

La adaptación al estrés implica el aprendizaje que produce el cambio.

El distrés es una disritmia, alteración de los ritmos que disminuye la coherencia interna y la capacidad de adaptación. Así que lo primero es restaurar los ritmos y la armonía de los sistemas orgánicos y el entorno. 

Se logra aprendiendo el arte de la pausa que lleva a la paz y la relajación, como punto de partida para dar sentido y profundidad a nuestras acciones. Conseguimos restablecimiento rítmico por el equilibrio entre el reposo y la actividad, la absorción y eliminación, la ingesta, el ayuno y el ejercicio intermitente. En la variedad está el placer reza el dicho, y es la variedad la que enriquece e incrementa los recursos adaptativos del sistema. Se trata de aprender en cada crisis y renovarse. De nutrirse emocionalmente, amarse, meditar. Aceptar las crisis como grandes desafíos para superarnos. 

Las múltiples vías para el afrontamiento del estrés tienen un común denominador: encontrar el centro en nosotros, el eje de la vida, núcleo de huracán y lugar de inalterable paz desde donde se pueden afrontar con serenidad las tormentas que acompañan el proceso de cambio.

 

La propuesta es, a nivel físico, mantener un metabolismo equilibrado para impedir la inflamación y la acidosis que son la antesala de la enfermedad crónica. Esto implica todas las vías descritas para una dieta antiinflamatoria, que es alcalina y vegetariana en esencia. 

Esto incluye, generar pausas conscientes, ejercitarse rítmicamente, comer con moderación generando pausas como ayunos intermitentes para restaurar equilibrio entre la absorción y el drenaje de toxinas.

Cuidar la calidad y cantidad de sueño que favorece la función inmune y la regeneración tisular. Meditar, una forma de lograr la respuesta de relajación y favorecer la integración de la información a nivel del lóbulo frontal, que constituye el factor integrador biológico más importante para los procesos de integración de la personalidad. 

 

El afrontamiento energético. Entre la onda y la partícula que somos, el nivel físico denso y la emisión de energía del biocampo, hay una constante integración. Esto implica el cuidado de ese campo de energía que nos interpenetra y nos rodea. La luz, el color, el sonido, el ejercicio intermitente, la protección de campos magnéticos ambientales disruptores y la selección de los alimentos sanos como fuentes de energía son claves para la unificación físico-energética.

Restablecer la armonía emocional a través de una gestión sana de sentimientos disruptores como el pánico, el resentimiento, la depresión por ejemplo. Las lecciones emocionales representan uno de los grandes aprendizajes de la vida. Integrar los impulsos que constituyen estrategias primitivas orientadas a la supervivencia, a las emociones canalizadas creativamente, los ideales, la consagración.

En el plano mental la meditación es uno de los grandes recursos para restaurar la armonía, pues contribuye al ordenamiento de los pensamientos y su resonancia armónica y correspondencia con el mundo de las ideas.

Cuando vamos conquistando armonía entre los diferentes niveles físico, emocional y mental, estamos preparados para esa obra de arte de la vida que es la de una personalidad integrada. Entonces generamos una dimensión proactiva y creativa o de adaptación consciente que conduce a la realización. 

 

La realización implica convertir todas las pequeñas y grandes fricciones que generan tensión, en un campo unificado de energía que hace de la personalidad un resonador del alma. El estrés generado en la dualidad alma – personalidad se resuelve en la unidad de una vida inspirada y creativa. Realización y trascendencia nos conducen a la creación, nos hace partícipes de la creación. En esa dimensión armónica del estrés, nos recreamos. 

 

Autor: Jorge Carvajal

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