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Introducción a la nutrición energética

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Introducción a la nutrición energética

Notas para una nutrición consciente

 

La salud y la calidad de la energía

¿Sientes como si tuvieras las baterías descargadas? ¿Experimentas una fatiga injustificada para tu nivel de esfuerzo? ¿Tienes malas digestiones y tus hábitos intestinales son irregulares? ¿Se quedan pegadas tus articulaciones? ¿Has perdido memoria y agilidad mental? ¿Te bajan fácilmente las defensas ante la exigencia de cualquier tipo de estrés físico o psíquico? 

Es hora de reflexionar sobre lo que está pasando con la calidad de tus fuentes de carga energética. Y este no es un problema ligado sólo a la cantidad de calorías y nutrientes que consumes; aunque llenes el tanque de tu coche, si la gasolina no es de buena calidad, pronto estropearás el motor y no llegarás muy lejos. Es hora de asumir el reto de una alimentación consciente que nos permita administrar bien nuestras reservas y consumos energéticos para prevenir la enfermedad y crear salud. 

¿Te duele la cabeza, no toleras el estrés, no duermes bien? ¿Das la mano a un amigo y saltan chispas? Viene la tormenta antes de que llueva y ya las articulaciones de tu abuela anuncian con su dolor e inflamación los cambios de presión barométrica. ¿Tienes el wifi encendido día y noche y no puedes dormir? ¿Estás nervioso e irritable? Todo esto nos sugiere un trastorno en la circulación de energía, ligado muchas veces a una falta de contacto con la tierra, fuente mayor de electrones. Como los delicados equipos electrónicos, nuestros organismos, que también son sistemas de sutiles corrientes eléctricas, necesitan una buena toma a tierra. Cuando perdemos el contacto con la tierra, los iones positivos, que tanto nos fatigan, no se pueden descargar a tierra, y los electrones, que también nos cargan eléctricamente desde la corteza terrestre, no encuentran el camino para cargar las baterías del cuerpo. 

La enfermedad como pérdida de electrones 

Nuestra vitalidad está directamente ligada a la densidad de electrones o cargas negativas que mueven la energía eléctrica, esencial para todas las funciones biológicas. La pérdida de electrones, literalmente secuestrados por radicales libres tóxicos, se asocia a la inflamación, la acidosis, las enfermedades crónicas y el envejecimiento prematuro. Alcalinizar la dieta, mejorar la calidad de nuestros nutrientes que son portadores de energía vital, gestionar los ritmos de actividad y pausa, relacionarnos adecuadamente con los elementos de la tierra, el agua, el aire y la luz, son claves para una nutrición consciente. Dada la extensión y complejidad del tema me permito considerar sólo algunos de los aspectos más relevantes. 

Somos un océano de energía

La primera partícula subatómica que aparece, un instante infinitesimal después del big bang, es el electrón. Y desde el instante de esa explosión cósmica, hace ya más de 15 mil millones de años, los electrones movilizan la energía electromagnética del cosmos y constituyen las cargas electronegativas que animan toda la biología. Así, el citoplasma en cada célula es un plasma electrónico activado. 

El mismo organismo es como una célula, caracterizada por ese estado electrónico activado, un oleaje de electrones en constante movimiento. Y la activación de los electrones por el espectro de la luz solar visible, posibilita las reacciones químicas que en última instancia constituyen un intercambio de fotones.

Con la pérdida de electrones se producen estados de oxidación que conducen a la inflamación crónica que son el común denominador de todas las enfermedades crónicas. Una buena reserva de electrones mantiene la carga de nuestras baterías celulares y los distintos tipos de nutrientes, son portadores de carga y fuentes más o menos limpias de calorías. La nutrición antiinflamatoria ampliamente estudiada y sustentada hoy, es por ello una alimentación antioxidante, cuya composición y calidad es la mejor de las medicinas preventivas 

Como hemos visto, electrones excitados liberan fotones o cuantos de luz, de diferentes longitudes de onda. Esto constituye el espectro electromagnético que caracteriza la emisión y la absorción de todos los elementos y sus combinaciones. Recibimos y emitimos luz, y su calidad dependerá de la calidad de nuestra nutrición. Un buen nutriente, es una buena fuente de electrones y biofotones necesarios para las transferencias de información biológica. Nos enseña la fotobiología que las células se comunican a través de estos cuantos de luz o fotones pulsados a ritmos específicos constantes. Y esta comunicación electromagnética se calcula que es cincuenta mil veces más importante que la comunicación bioquímica.

El prana y las fuentes de energía 

Las fuentes de energía para la carga de nuestras baterías celulares, son diferentes rangos del espectro de una sola energía universal reconocida por múltiples culturas, entre otras múltiples denominaciones, como prana o chi. En su interacción con el organismo humano, esta energía se transforma en cinco corrientes que van a nutrir distintos centros energéticos, con sus correspondientes sistemas orgánicos.

Consideraremos dos tipos básicos de prana: el solar y el telúrico. De sus diferentes combinaciones y proporciones se generan los tipos de prana de los alimentos y de los seres vivos que los consumen. 

La luz, un nutriente esencial

El primer tipo, el Prana solar es procesado y almacenado a través de la fotosíntesis en el reino vegetal, que es la antena a través de la cual la energía de la luz se puede almacenar en la sustancia. Lo que no es tan bien conocido, es que los organismos animales y el ser humano interactúan directamente con todo el espectro de la luz solar, que incide sobre receptores en el biocampo, en la piel, en los polímeros antena y canales de las membranas celulares, y en algunas moléculas cruciales para la vida como fotopigmentos y polímeros biológicos. Entre estos, la clorofila, la hemoglobina, la citocromo C oxidasa, la vitamina D, la melanina, el ADN y la melatonina están directamente involucrados en el almacenamiento, la transferencia y la respuesta a las señales lumínicas.

Además, las conexiones de los foto-receptores de la retina, el nervio óptico, el hipotálamo, el sistema ganglionar simpático y la glándula pineal, nos guían a través del viaje interior de la luz, para modular el más importante de los biorritmos: el ritmo circadiano. Sabemos hoy que esta energía lumínica, cuya función se relaciona con la excitación electrónica necesaria a todas las reacciones químicas, tiene un profundo impacto sobre todo nuestro metabolismo y nuestros estados anímicos. Está bien descrito por la ciencia, por ejemplo, el llamado síndrome de depresión afectivo estacional, corriente en los largos inviernos de los países nórdicos. Su tratamiento es precisamente a través de fuentes lumínicas que mimetizan el espectro de la luz solar. Lo anterior nos introduce en el fascinante mundo de la fotobiología, y nos explica por qué la malnutrición lumínica, debida en buena parte a nuestros hábitos de vida inadecuados, es una verdadera enfermedad endémica, aún en los países tropicales. Tenemos un ejemplo de esto, en el déficit de vitamina D y sus catastróficas consecuencias, que está en relación directa con la falta de exposición a la luz solar. En la pandemia del SARS Covid-19 ha sido evidente cómo el déficit de vitamina D es directamente proporcional a la morbimortalidad producida por el virus. 

Las energías de la tierra 

El segundo tipo, el Prana telúrico, es realmente una forma de energía mixta en cuanto el sol nutre la tierra con su energía, y la combinación en diferentes proporciones de la energía, solar y telúrica, constituye la energía vital de los alimentos. Cada planta modula su constitución y su energía según gran número de variables como temperatura, humedad, altura, luminosidad, estaciones y las condiciones físicas, químicas y microbiológicas del suelo. Todas estas variables cualifican el prana telúrico- solar de la planta, y determinan si una tierra es más o menos apta para diferentes tipos de cultivos.

Cuando, por otro lado, observamos las distintas partes de una planta, podemos reconocer en sus características el influjo de distintos tipos de prana, que no sólo determinan su tipo de nutrientes, sino sus cualidades energéticas. Así las raíces tendrán un predominio de prana telúrico y flores y frutos tendrán una carga mayor de prana solar o celeste. 

Nos nutrimos del campo magnético terrestre

Todo emite o recibe en el amplio rango del espectro electromagnético. Cada elemento, cada alimento, todo organismo, tienen un rango de emisión y de absorción en este espectro, una especie de firma electromagnética que los identifica. Gaia este planeta vivo, genera desde su corazón de fuego un campo magnético que nutre toda la comunidad viviente y se inscribe, por ejemplo, en el electroencefalograma de los mamíferos. Las perturbaciones de este campo magnético, pueden ocasionar trastornos del biocampo que alteran la salud. Ya los antiguos romanos conocían que la estructura del suelo, y la circulación del agua y la energía de la tierra se relacionaban con la salud de sus hatos de ganado. Los chinos recomendaban no construir sobre las venas del dragón, su denominación para las zonas de perturbación del electromagnetismo terrestre. Los perros o el ganado que seleccionan el lugar para dormir, o los gatos que pueden dormir prácticamente en cualquier lugar, nos revelan el diferente grado de sensibilidad que distintas especies e individuos pueden tener frente a los campos electromagnéticos. 

Los campos artificiales pueden perturbar el programa de la vida ligado a los campos electromagnéticos naturales. Un transformador, una línea de alta tensión o un simple reloj despertador podría contribuir a la alteración de las polaridades biológicas y las diferencias de potencial que permiten la circulación de energía e información. 

Conservar la vitalidad es mantener la diferencia de potencial, que garantiza el movimiento de la energía entre diferentes polaridades. Con la energía obtenida de los alimentos cargamos nuestras baterías: las de las células, la de los músculos y el corazón y, muy especialmente, la de las centrales eléctricas -mitocondrias- que producen energía al interior de cada célula. De la cantidad y calidad de estos minúsculos generadores, dependen la cantidad y la calidad de la energía disponible. La tierra es como la madre que te amamanta con sus cargas negativas y recibe todos los iones positivos que te fatigan. Caminar descalzo sobre la arena mojada , o en el prado humedecido por el rocío matinal, ayuda a restaurar el contacto a tierra. La escogencia de materiales adecuados, en lo posible no sintéticos, para el vestido y el calzado, mantienen la conexión con los campos de energía naturales que han acompañado los programas de la vida por millones de años. Fomentar la bio-construcción para que nuestras casas no sean bunkers que nos separen de la naturaleza y respiramos en ellas la energía que también nos nutre es uno de los objetivos de una nutrición energética consciente. 

La energía vital de los alimentos

Una cosa es el instrumento y otra es la música. Las moléculas son resonadores de otras formas de energía que no son sólo químicas. Son portadoras de campos electromagnéticos, y estos a su vez portan energías e informaciones más sutiles. Los alimentos procesados, sometidos a conservantes químicos, almacenados o refrigerados por tiempos prolongados, pierden su sabor original y su energía vital, relacionada con su emisión de luz. 

La ciencia de la fotobiología es hoy una aproximación objetiva al concepto de energía vital de los alimentos, que no sólo depende de su composición. Esta vitalidad está en relación con el patrón de emisión de fotones, que pueden ser medidos hoy a través de potentes fotomultiplicadores -trabajos del padre de la fotobiología, Fritz Albert Popp-. Podremos en un futuro no lejano reconocer la cualidad nutritiva de aquellos alimentos sazonados por el fuego lento de la maduración natural, y diferenciarla los que han sido desnaturalizados por una explotación intensiva de la tierra, que va generando la depleción de minerales y micronutrientes básicos y la contaminación por insumos tóxicos. No podremos tener una buena nutrición si no descontaminamos y mejoramos las carencias de la tierra. Sabemos cómo las deficiencias de magnesio y manganeso en nuestros cultivos y alimentos por ejemplo, dan lugar a enfermedades cardiovasculares Conocemos también cómo la falta, ya crítica, de selenio, incrementan el riesgo de cáncer. 

¿Una energía humana? 

Los elementos, considerados por las grandes culturas del mundo, y que podemos agrupar en el concepto global de tierra, incluyen el agua, el fuego y el aire. Estos elementos son portadores de distintos rangos del espectro energético del prana. 

Tierra, sol y reino vegetal contribuyen a formar el arco iris de nuestra energía vital, que se completa con el prana proveniente del reino animal. En este, tenemos un predominio de la combinación de energías aportada por el reino vegetal, y en el caso de los animales carnívoros y omnívoros, se incluye ya la combinación más compleja de energías que caracterizan el prana animal.

Captamos la energía como luz, ya sea en forma directa, o filtrada y procesada a través de los diferentes reinos de la naturaleza. En el nivel evolutivo de lo humano, ese bello arco iris de toda la evolución precedente es el sustrato de toda la energía vegetativa e instintiva que garantiza la supervivencia. Sobre este sustrato se diversifica la energía humana, en la que el sentimiento y el pensamiento son la cosecha elaborada a partir del espectro de energías aportadas por las formas de vida precedente. 

Pudiéramos concebir una nutrición energética relacionada con el reino humano, en la que los nutrientes físicos y sus distintos tipos de energía constituyen la onda portadora de energías más sutiles y penetrantes, ligadas a la conquista de la mente. Nos nutrimos de emociones, pensamientos y sentimientos como lo hacemos de la tierra, el agua, la luz y el aire. De la calidad de las energías físicas dependerá la de las energías psíquicas y viceversa, en una relación de reciprocidad que nos permite comprender el viejo aforismo: mente sana en cuerpo sano. 

 

Autor: Jorge Carvajal

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