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Las relaciones humanas son terapéuticas

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Las relaciones humanas son terapéuticas

 

El modo en que nos relacionamos con nosotros mismos, con los otros, con el mundo y con el Creador, determina la calidad de nuestra salud.

 

Sólo puedes conocer, reconocer y amar aquello que aceptas. Lo que rechazas es inaccesible para ti. Rechazas en el otro lo que no aceptas en ti mismo. La sombra que refleja el espejo de la relación, revela donde no has llevado aún tu propia luz. 

Vivimos en nuestras relaciones con nosotros, con el cosmos y con Dios. Este océano de relaciones nos conecta a todo cuanto existe. A nivel humano surge, como libre albedrío, la capacidad de cambiar nuestro modo de relación, lo que implica que aunque no podamos cambiar un acontecimiento, si estamos en condiciones de cambiar el modo de vivirlo. No elegimos las cartas del juego de la vida, es cierto, pero si podemos elegir nuestro modo de jugarlo. 

Cambiamos el lenguaje a través del cual nos comunicamos, y nuestros códigos de lectura de la información que intercambiamos con el mundo. Asignamos distintos significados a nuestras relaciones, según nuestra actitud. Esta modulación psíquica de la información, nos convierte en mucho más que receptores pasivos u observadores asépticos de nuestras relaciones.

Subjetivamente, lo más importante del mundo es nuestro modo de relación que define nuestra participación en él. Responder al mundo es mucho más que reaccionar a él: Es, antes que nada, implicarnos o sumergirnos en él, interiorizarlo y recrearlo. Nada puede ser igual cuando nos relacionamos desde la consciencia de lo que somos, dado que nuestras relaciones con el mundo son un reflejo de la relación con nosotros mismos. Aunque no lo pretendamos, siempre nos estamos comunicando: estamos en capacidad de crear resonancias armónicas de refuerzo o disonancias de anulación, tanto por acción como por omisión.

A través del campo relacional universal, que el ser humano cualifica con su presencia, interiorizamos y llevamos el cosmos a nuestra consciencia, para recrearlo. También podemos percibir un Dios interior y reconocer -OM TAT SAT- que, cuando somos, nos convertimos en parte de todo aquello con lo que entramos en relación. Este es el misterio del observador, el alma, la cualidad de la vida, ese modo de relación en el que Dios y su creación se condensan en la atención, el espacio-tiempo de nuestra consciencia consciente. 

Amor y relación 

Tomamos consciencia de aspectos reprimidos de nosotros mismos, cuando experimentamos aversión por ellos en los otros. La aversión niega toda posible resolución en la relación con lo otro y con nosotros y, por ello, nos quita libertad. Somos tan esclavos en el apego como en el rechazo. El primer paso en el camino del amor es la aceptación, pues sólo podremos amar aquello que aceptamos. Y en la medida en que aceptamos podemos comprender. El nivel de comprensión define la posibilidad real de amar. Y amar es liberar. El gran liberador, el gran sanador, es el amor. La aceptación incondicional, el cuidado, la atención y la comprensión son pasos en el camino del amor, que conducen a una libertad mayor. Ese proceso liberador es sanador. En toda relación, el amor es la terapéutica esencial. 

A través de la relación alcanzamos grados mayores de auto-conocimiento que nos van llevando al pleno reconocimiento. Este es como un regresar a uno, después de haber buscado el ser en el mundo, y conocer que cada uno es una versión única de ese mundo. El auto-reconocimiento es la plena expresión de una inmunidad que en el plano de las relaciones no requiere de anticuerpos, pues permite el desarrollo de una identidad no separada de la humanidad. 

Cuando no nos podemos reconocer, invertimos buena parte de la vida en ser reconocidos; si no nos aceptamos como somos, difícilmente podremos cambiar, aprender, crecer, que son todas condiciones inherentes al proceso de ser. Esto lleva a que no podamos aceptar nada como es. Así, cuando se pierde el ser, que es sujeto y objeto de toda relación, nos desconectamos de todo: Del mundo, de Dios y de nosotros; nos perdemos la libertad de elegir nuestro modo de relación, porque hemos perdido el mismo el sustrato de nuestra existencia humana: la consciencia de la relación. Esta que en el ser humano es consciencia de la consciencia y ha ascendido desde un nivel instintivo hasta la conciencia creativa que nos caracteriza.

Roto el tejido de la relación humana, surgen el miedo y la culpa, y la incapacidad de amar. Nos convertimos en jueces implacables y nos condenamos al castigo, que nos aísla en una prisión interior, donde muere la libertad de cualificar nuestros modos de relación en el amor. 

Cuando dejamos de mirarnos el ombligo, descubrimos un yo que trasciende el pequeño yo del narcisismo. Reconocemos en nuestra naturaleza una faceta del amor del mismo Creador.

La medicina de las relaciones humanas

Toda relación implica un intercambio recíproco de energía e información, aun a distancia, pues la consciencia es no local. Este intercambio siempre tiene una connotación terapéutica: La mirada, la palabra, la presencia silenciosa, el campo de energía, toda nuestra vida, incluidas emociones y pensamientos, tienen un efecto sobre otros organismos, sin que para ello tenga que mediar un contacto físico.

La relación humana es un campo de intercambio recíproco de energía e información que puede afectar positiva o negativamente nuestra salud. Este campo complejo contiene, con nuestro patrón de ordenamiento energético, la información de un contexto complejo, tanto personal como transpersonal. O sea que uno lleva a la relación el campo de información de su propio pasado y aún el de ese futuro que teme o añora. 

Toda relación es, aunque no lo podamos advertir, nuclear. Nos relacionamos desde el núcleo de los átomos y las células que, como el ADN, emiten y reciben información electromagnética en forma de biofotones. También nos relacionamos desde el núcleo de nuestro organismo total, el corazón, pues este genera un campo electromagnético que va mucho más allá del cuerpo. 

El biocampo que interpenetra y rodea el organismo humano contiene la información de todo lo que somos, y con ese biocampo, nos proyectamos al campo de energía e información de todo cuanto nos rodea. Es un emisor y receptor que nos comunica instante a instante con el cosmos.

Llevamos también a nuestras relaciones el complejo patrón psicofísico que viene de nuestros ancestros. Ese patrón sutil está plasmado en el biocampo y se proyecta a todos los escenarios de la relación. 

La primera relación terapéutica es con uno mismo. Esto implica un uso de la conciencia reflexiva que, al observar los fenómenos, los puede modificar. Al tomar conciencia de nosotros mismos, asumimos el rol de un observador que cambia y puede crear lo observado. 

El espejo de la relación 

Cuando nos relacionamos con el otro, advertimos su presencia como si fuera independiente de la nuestra. Nos comparamos, sin advertir quizás que buena parte de lo que observamos puede ser un reflejo de aspectos que desconocemos de nosotros mismos. Es el espejo de la relación, que termina revelándonos que muchos de nuestros conflictos externos vienen de fricciones interiores que no hemos podido resolver. Como una estrategia adaptativa para evitar el dolor y el sufrimiento, algunos de estos conflictos, negados o reprimidos, han pasado bajo el umbral de la conciencia, desde donde se pueden convertir en energías retenidas, que afectan nuestra fisiología orgánica o perturban la calidad de nuestras relaciones. 

En las relaciones humanas, el encuentro con el otro es el modo más directo y seguro de encontrarse con uno mismo. El yo que somos tiene muchos pequeños yoes, casi clandestinos, que nos son desconocidos: son aspectos de nosotros que se han camuflado y han logrado pasar desapercibidos a la consciencia. Estos aspectos negados, reprimidos o desplazados, pueden sabotear nuestro reino interior, y conspirar hasta hacernos perder el control. En la noche interna de nuestra psique pululan los impulsos más recónditos, que pueden aparecer como reflejos fantasmagóricos en el espejo de nuestras relaciones. Entonces, se revela el juego interno de la víctima y el verdugo. Pero si asumimos la actitud del aprendiz, la luz unida a la sombra revela la belleza, que surge de la interacción entre los contrarios. La bella se une a la bestia, el mundo de los impulsos se une al de los más nobles ideales. Blanca nieves adopta esos pequeños aspectos de sí misma, representados en los siete enanitos, como un modo de salvarse de la bruja, que es su propia sombra. 

Ser humanos

Los patrones de relación evolutivos sufren una radical transformación a nivel humano. Cuando la evolución de la conciencia accede a la síntesis de la humanidad, las sensibilidades químicas, vegetativas e instintivas se expanden cualitativamente, para convertirse en consciencia reflexiva. Esta conciencia de la conciencia es clave para que una interacción sea terapéutica. Los impulsos primitivos se resuelven en emociones, sentimientos y motivos. Ideas, pensamientos y sentimientos se convierten en cauce para los más nobles ideales. Así, en un proceso de relaciones internas que se reflejan en el modo de recrear el universo adentro, las distintas facetas de nuestro carácter se armonizan en una personalidad integrada, que manifiesta la unificación de las distintas polaridades del ser. Los arquetipos del inconsciente colectivo, el inocente y el huérfano, el buscador y el amante, el guerrero y el bienhechor, el creador y el destructor, el gobernante y el mago, el sabio y el bufón, revelan su complementariedad en el seno de una personalidad, que en cada ser humano es única.

Vivimos en nuestras relaciones así como vivimos en nuestro cuerpo. Ellas determinan nuestra salud energética, emocional, personal y social y con ello, la calidad de nuestra vida. La personalidad, que así conformamos en el proceso de alineación y ascenso, es como la partícula, y el alma es como la onda. El cuarto reino, el humano, elabora una síntesis de los reinos precedentes para ascender al quinto reino. Teniendo en cuenta el ascenso de la conciencia, que se convierte en el campo unificado de la naturaleza en el hombre, podemos ahora generar un cambio de conciencia para emerger a un nuevo patrón de relaciones humanas, uno que responda a la necesidad actual de la humanidad y de todas las formas de vida en la tierra. Este nuevo marco de relaciones de la naturaleza humana con toda la naturaleza, nos incita al cultivo consciente de los tres grandes valores que nos sanan desde el ser: la paz, el amor y la libertad. Relacionadas a su vez con la verdad, la bondad y la belleza.

La paz, es nuestro punto de partida, la fuerza serena del ser que somos. El amor es la fuerza magnética que hace del ser una cascada de renovación permanente. El amor nos conduce a la libertad. Y la evolución misma es un canto a la libertad. 

 

Autor: Jorge Carvajal

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