Unalma

Los conflictos generacionales

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Los conflictos generacionales – Por Jorge Carvajal

En esta charla sobre los conflictos generacionales, Jorge Carvajal nos muestra a través de una sencilla analogía, que las distintas generaciones son como el agua que va cambiando sus estados en la medida en que avanza por el cauce de la evolución. Lo importante es el agua, la humanidad, que puede pasar por fases comparables a las de la nieve, el glaciar, el torrente, el mar, y esa transmutación en la que por acción del sol el agua asciende al cielo, que en nuestra analogía es como la mente.

Los conflictos generacionales - Un diálogo entre Jorge Carvajal y Juan Carlos Carvajal

Cuando hay grandes transiciones en el río de la evolución humana se presentan diferencias de potencial que permiten la liberación de energía. Estos procesos críticos de cambio son como cascadas, que cuando son adecuadamente utilizadas alimentan la fuerza del cambio necesario entre las distintas generaciones. Al fin y al cabo estas caídas desde las fuentes y riachuelos de los ancestros, van confluyendo en los cauces de lo que es hoy nuestro presente. La crisis, la fricción y las caídas, con sus aprendizajes, purifican el agua de la vida.

Justamente ahora tenemos una caída mayor de todos los indicadores de la salud y la economía, en la que los cauces de la civilización, las etnias y las culturas se precipitan en un río revuelto de transiciones ineludibles. Su enorme potencial representa una oportunidad mayor para liberar la energía necesaria a la construcción de una nueva de cultura de relaciones humanas.

Estas circunstancias críticas nos permiten hoy regresar a la familia, restaurar la comunicación intergeneracional, vernos y escucharnos así sea virtualmente, consagrarnos el tiempo que tal vez por años no nos habíamos regalado. En presente, podemos ahora tejer el tiempo de los ancestros al de los hijos y los nietos, para recrear con los hilos que reúnen todas las generaciones al tejido de un mundo lleno de sentido.

La clave mayor está en la diversidad, porque la unidad no está hecha de homogeneidad. Los métodos de antes no necesariamente funcionan ahora. No necesitamos tantos doctores ni tantos expertos; necesitamos mucho más sentido común.

Anteriormente tuvimos culturas del “debería ser” o culturas del condicionamiento, en las que simplemente repetíamos esquemas del pasado. Frecuentemente dentro de esas culturas los padres esperaban que los hijos fueran unas buenas copias de ellos, es decir, que el modelo no era el hijo ni el futuro, sino que el modelo era el padre que aspiraba a que su hijo lo re-editara. De nada sirve que seamos una familia de médicos, de abogados, o de ingenieros, si no aportamos lo mejor de nuestros talentos al mundo, y con ellos nuestra felicidad.

Una generación no está conformada solamente por su edad, su historia o su presente. Hay personas que no hacen realmente parte de su generación actual, pues se quedaron congelados en el pasado. También encontramos en un momento histórico determinado personajes que se anticiparon a su tiempo. Ellos son los grandes creadores, los grandes artistas, profetas y científicos. Esto nos lleva preguntarnos si hay una generación sin tiempo, si hay una generación de síntesis. Si hay una generación que puede resumir lo mejor del pasado, pero también traernos lo mejor del futuro y generar una huella y un impacto más o menos permanente. Tal vez no sean ya los individuos; estamos accediendo a una masa crítica que conforma la humanidad consciente.

Hay algo que recorre transversalmente todas las generaciones, que se sale de la evolución generacional en el tiempo y en la historia. Algo que podemos llamar “meta historia”, no solo una historia del pasado sino también una historia del futuro. Hay algo que trae nuestra humanidad como al alma, al presente, a la presencia, y que genera una especie de síntesis. Hay personajes que pueden hacer en una vida lo que a otros podría costarnos cientos de vidas: un Einstein, un Mozart. Un Leonardo da Vinci o un Jung. Personajes cuyas vidas tienen tanta atracción magnética, tanta influencia, que se genere una corriente transpersonal que trasciende su época, que recorre y deja una huella durante culturas y civilizaciones enteras.

Nuestra humanidad tiene una gran capacidad de imaginar. Imaginar es crear un mundo nuevo. La imaginación es generar un mundo real que se precipita desde un mundo virtual; convertir lo virtual en real, en este mundo donde lo virtual a veces es más real que lo real.

Hay seres humanos que avanzaron, que recorrieron el camino antes que nosotros. Seres que trascendieron y al expandir la conciencia se liberaron del mundo en el que estamos (sin saberlo) confinados, y nos enseñaron con su vida y desde su vida que existía otro mundo: el mundo de los milagros, el mundo de la conciencia, el mundo que supera las leyes de la materia (levitar, caminar sobre el agua, resucitar los muertos, etc.).

En toda la historia humana han existido aquellos avatares, adalides o profetas que nos demostraron que el potencial humano es mucho más que aquel que nos enseña las limitaciones habituales del cuerpo, las emociones y el intelecto. Que existe el potencial de la intuición, el potencial del creador en cada uno de nosotros.

Llega un momento en el que la humanidad ya no necesita esos guías externos, y que los guías ya no necesitan seguidores (nunca lo hicieron realmente). Llega un momento en el que el hombre empieza a ser autogestionario, se revela, alcanza su propia maestría. Empieza ese proceso de expansión de conciencia desde adentro sin una aparente dirección externa.

En esta era de acuario nos salimos del seguidismo, de la devoción del maestro externo. Descubrimos el maestro interior, descubrimos el alma, y al descubrir el alma descubrimos también que el otro es un alma como nosotros y así nos encontramos con la hermandad, con la fraternidad. Recién estamos naciendo a nuestra humanidad; estamos ascendiendo desde nuestra biología hasta nuestra biografía y estamos escribiendo la biografía de nuestra humanidad, dolorosamente.

Somos conciencia, y esa conciencia conecta la materia, la energía, la información, las vibraciones más elevadas. Esa conciencia es no local: habita en cada uno de nosotros, como habita en el átomo de hierro, en el núcleo de supernova, o en el último de los quasares. Si pudiéramos ver la vida en esa dimensión no estaríamos enredados en los conflictos intergeneracionales

No importa a qué generación pertenecemos. Lo que importa es que seamos nosotros, que cada quien sea quien realmente es. No como nuestros padres, o como el debería ser que nos han impuesto. Que cada quien, en su tiempo, se expresa como es: auténtico.

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