Unalma

Corrupción: la peor de las pandemias

Corrupción Pandemia Jorge Carvajal

Corrupción Pandemia Jorge Carvajal

Corrupción: la peor de las pandemias

 

Como las matrioskas, esas muñecas rusas contenidas unas dentro de otras, la actual pandemia presenta múltiples dimensiones: COVID 19, INFODEMIA, VICTIDEMIA. Reflexionando sobre el contexto común a todas ellas, podríamos encontrar que están contenidas en el contexto de la más peligrosa de las pandemias: la de la CORRUPCIÓN. 

Cuando se evapora la corriente de la vida. 

Alguien nos está robando el azul del planeta de agua. Yo. Tú. Nosotros mismos. Por lo que consumimos, por lo que permitimos. En estos días, aquí mismo al noroeste donde estoy, el sol cambió su vestido amarillo por uno de color naranja que pareciera reflejar las llamas de los incendios forestales. Arden los bosques, los ojos, la vida. Perdido ahora el sol de los venados, duele esta nostalgia de los paisajes que inexorablemente vamos destruyendo. No podemos no conmovernos al sentir las mariposas, las hormigas, los oseznos y toda esta gran corriente de la vida evaporada por el fuego. En estas noches, una luna rojiza nos anuncia que tampoco podremos contemplar la mancha lechosa de la de la vía láctea en el cielo. 

 

No habrá salida sin la participación de todos

Si ya la polución del aire y el agua son una pandemia permanente que cobra decenas de millones de vidas cada año, si la inseguridad alimentaria atizada por los fuegos forestales y sociales desnuda las carnes famélicas del hambre, me pregunto, ¿qué estamos haciendo? ¿Es responsabilidad de los gobiernos? ¿De la banca? ¿De las multinacionales? En todo caso también somos responsables, que no culpables, y la solución no puede alcanzarse sin nosotros todos. Ya tenemos suficientes diagnósticos y señalamientos. Es inaplazable que actuemos desde la vida, para no permitir que intereses mezquinos se apropien de genomas y ARNs que han sido estrategias informáticas de la vida por miles de millones de años. Si no despertamos, se patentará también el microbioma y hasta la plasticidad adaptativa de la evolución del universo guardada en el cerebro. 

Es imperativo restaurar la dignidad y no permitir nunca más que se puedan convertir en mercancías las culturas, el carácter, los hábitos y hasta el perfil emocional. Si no queremos agravar aún más esta gran sequía que afecta toda la corriente de la vida, no podremos ya nunca permitirnos despintar el verde verde de la amazonía, ni el azul azul del cielo, ni la transparencia viva de las fuentes que nos dan la vida. 

El derecho sagrado a vivir libres de corrupción

Que sea legal o ilegal, la corrupción es corrupción y es siempre ilegítima aunque se institucionalice o se haga parte de la cultura. La corrupción de izquierda o de derecha, de arriba o de abajo, es el virus más mortal para cualquier civilización.

 

La falsa idea de que estamos separados y que competir, más que compartir, es el motor de la evolución, ha generado una cultura en la que el egoísmo y la ambición nos han traído la corrupción y la violencia. 

Tenemos el derecho a vivir en una sociedad libre de corrupción. Para ello tenemos también el deber ineludible de ser transparentes y auténticos en nuestras relaciones humanas. En una palabra, honestos. Esto implica conquistar la coherencia, la plena correspondencia entre el pensar, el sentir y el actuar. La coherencia genera transparencia, la mejor herramienta para combatir la pandemia de la corrupción que ha infectado personas, países, culturas e instituciones. Ya sabemos que no son suficientes las legislaciones, pues el poder mayor desplegado por los corruptos ha sido el de crear agujeros legales para institucionalizarse. Y es que esta corrupción institucionalizada es la más invasiva y perversa de todas: Según un informe de la revista Time, una parte de la elevada cifra de muertes en el terremoto de Haití en el 2010 fue ocasionada por la corrupción y la negligencia, pues para construir edificios habitualmente se soborna a los funcionarios del gobierno en lugar de acudir a ingenieros profesionales. Y esta es la punta del iceberg: ya no se necesitan terremotos para que por todas partes se derrumben obras públicas y privadas, puentes, edificios, carreteras, todas carcomidas por el virus mortal de la ambición sin límites.

Si tratáramos de comprender las enormes diferencias en el desarrollo económico y social de Asia y África, encontraríamos pronto que en este último el capital financiero no es invertido en sus países y es enviado al exterior, lo que da lugar al estereotipo corrupto del dictador, el contratista, el político o el funcionario con cuentas ocultas en Suiza, bien visible para el África pero cuidadosamente camuflada en muchas partes por la más discreta corrupción de cuello blanco. Entre 1960 y 1990 fueron robados a Nigeria por sus propios líderes más de 400.000 millones de dólares (Nigeria corruption busters. Unodc.org). Según investigadores de la Universidad de Massachusetts entre 1970 y 1966 se presentó una evasión de capitales de 30 países subsaharianos de alrededor de 187.000 millones de dólares que superaba la deuda externa de aquellas naciones (“When the money goes west” New Statesman. Marzo 14 2005). 

Pero la corrupción invisible no es un asunto de sofisticados ladrones informáticos. Está tan camuflada en nuestros hábitos de consumo superfluo y desperdicio de lo esencial, que no tenemos conciencia de que con los alimentos que tiramos a la basura y tal vez con lo que invertimos en perfumes y en helados podríamos resolver los temas de educación y de hambre en el tercer mundo. Es también un asunto nuestro, porque hoy sabemos que es nuestra demanda la que crea las condiciones para el efecto invernadero. Por otro lado, es evidente que con una parte de las ganancias obtenidas por la industria farmacéutica en la pandemia podríamos aliviar el colapso de los sistemas de salud en muchos países pobres. Uno de nuestros grandes desafíos, que no podrán ser emprendidos exitosamente si no acabamos todos con la pandemia de corrupción, es el de la descontaminación. Algunos expertos calculan que para revertir los efectos de lo que contaminamos en un año sería necesaria una inversión equivalente al producto mundial bruto. 

Si los genuinos creadores recibieran las ayudas destinadas hoy a financiar a los mercenarios, si los capitales de los fondos buitres, los deforestadores y los traficantes de drogas, armas, niños y mujeres, pudieran liberarse para afrontar el costo inmenso de descontaminar la tierra, ya estaríamos de regreso al paraíso que nos fue prestado para disfrutar la vida. ¿Nos implicamos? La solución es un cambio de conciencia. 

 

No es necesario ahondar en los hallazgos de lo que, si no nos implicamos, será más que un diagnóstico y un pronóstico, una desoladora necropsia. La corrupción de las mafias legales e ilegales de las armas y los señores de la droga y de la guerra, el turbio negocio de los analgésicos opioides con sus secuelas de adicción y de muerte, el envenenamiento acelerado de las cosechas, las aguas y la tierra, están llevando esta hecatombe, de lo que ya es la sexta gran extinción de la vida en el planeta, a un punto de no retorno. 

Una conspiración suicida

“La covid 19 no es solo una crisis sanitaria y económica: es una crisis de corrupción. Y de momento no la estamos superando”

Delia Ferreira Rubio Presidenta de Transparencia Internacional

 

Desigualdad, injusticia, cleptocracia en lugar de democracia , “puertas giratorias,” soborno, chantaje, ambición, desinformación, postverdades, y el egoísmo extremo en el manejo de la COVID 19 parecerían todos asuntos desconectados, pero no, están unidos por un contexto común: la corrupción. Burda o sutil, legal o ilegal, aceptada o maliciosamente ignorada, la corrupción endémica se ha ido convirtiendo en la peor de las pandemias.
La corrupción, es la mayor y más extendida de las conspiraciones, y en ella todos por acción u omisión participamos. Ahora con el juego de intereses mezquinos, el acaparamiento y los infartos en la red de distribución de vacunas, la corrupción institucionalizada ha alcanzado el umbral de una conspiración suicida .

En esta larga crónica de una catástrofe mil veces anunciada, ya no puede pasar desapercibido el desangre de la vida. Que el dolor no se convierta en quejumbre y que no nos lleve a la estrategia inútil del temor. Que se conmueva el corazón, al sentir que todos somos tierra. Hemos contribuido a toda esta polución porque teníamos contaminado el corazón. Limpiar la casa adentro, es el primer paso para restaurar la coherencia y con ella la tan necesaria transparencia. Dejar pasar la luz, limpiar el aire, descontaminar el pensamiento. Vivir de nuevo la inocencia. Actuar para que se revele la verdad. Escuchar la voz de la conciencia y sentir con ella el bello canto de toda la naturaleza. 

 

¿Nos implicamos? 

No ganamos, aunque ganemos, si en el camino de la vida nos perdemos. No ganamos cuando otros pierden. Vivir en modo de ganar a toda costa, tarde o temprano conduce a la quiebra. Si hemos conseguido lo conseguido a costa de que la vida lo haya perdido, es porque estábamos perdidos. 

Encontrémonos. Démonos la mano. Mirémonos a los ojos. Llevemos adentro la visión para que encontremos la tierra viva en nuestro corazón. Sintamos, en el centro, la naturaleza removida. Llevemos el alma a la mirada conmovida para descubrir de nuevo el cielo más allá del humo espeso de los incendios forestales y la confusión. Sintamos la alegría de saber que si recuperamos, con la coherencia y la transparencia nuestra inocencia primigenia, desde hoy mismo podemos ser parte de la solución.

 

Autor: Jorge Carvajal P.

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