Unalma

El primer paso en el camino de la sabiduría

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El primer paso en el camino de la sabiduría

 

No es posible reconocer al maestro si el discípulo no se reconoce a sí mismo. Este es el primer paso en el camino de la sabiduría. 

¿Quiénes son los “maestros”?, ¿dónde están?, ¿se pueden aparecer por allí a quien quiere un maestro para sí? ¿Es cierto que mandan órdenes con sus enviados sobre lo que debemos ser y hacer? ¿Son cristianos, budistas, hinduistas, agnósticos, orientales, extraterrestres? ¿Están encarnados?

Reina una gran confusión sobre el tema de los maestros, sobre todo ahora que los antiguos modos devocionales de la era de Piscis, que nos permitieron afirmarnos como individuos, culturas o países separados, se disuelven en una era, la acuariana, en la que la ciencia y la razón, el servicio y la intuición, completan el antiguo espectro de la devoción. Un maestro siempre reconoce en el libre albedrío, el valor único de cada ser humano. Esa, la dignidad individual fundada en su unicidad, es el cimiento de la fraternidad. Cuando, en el sendero de regreso hacia nosotros, encontramos el inmenso potencial de ser únicos, estamos listos para reconocer el maestro en quien ha sabido desarrollar el suyo. 

La maestría es la nota superior del proceso de aprendizaje y es, mucho más que la suma de conocimientos, la sabiduría singular que en la vida cada quien vino a desarrollar. La maestría es un estado de aprendizaje continuo, un modo original de ser y estar en el mundo, que implica la frescura de la renovación permanente. La sabiduría implica el reconocimiento de que, en la medida en que aprendemos, más sabemos de lo muy poco que sabemos. Sin aprendizaje no hay maestro; no hay sabiduría sin maestro. En la escuela de la vida todos aprendemos. Nuestra maestría es la de ser aprendices permanentes.

La vida aprende y cambia: se reinventa y se renueva. La sabiduría, como todo lo que vive, se renueva. También la condición de aprendiz que está en el núcleo de toda maestría, se renueva. Seguir las enseñanzas es actualizarlas, lo que es posible cuando quien las interpreta es el uno único que vive en uno: El alma.

El alma es el maestro, el aprendiz, el observador. Es la instancia de renovación, la conciencia que individualiza y unifica. 

 

En el alma, el modo de ser sabio es ser único. El misterio de la sabiduría del alma es que se hace única en cada quien. Y haciéndose única, puede unificarnos a todo, dando sentido a la hermosa diversidad contenida en la unidad. Sin maestría no hay maestro, sin maestro no hay sabiduría. La sabiduría no está en los libros, está en sus autores. El arte verdadero es la revelación de la maestría del alma del artista. La luz no tiene sentido al margen del alma que la mira. Libros, música, pintura, arte o ciencia, religión o filosofía, son aspectos de una sola sabiduría cuya revelación continua es posible en el alma del intérprete, que recodifica de un modo sus contenidos en la propia vida. Es el alma el observador y el aprendiz. El sabio y el maestro. El alma representa un modo original y unificado de ser y estar, que da sentido al universo adentro. En el alma, el maestro interno, reconocemos con gratitud a todos los maestros, aquello que enseñan aprendiendo, aquellos cuya presencia despierta la semilla de la sabiduría única latente en todos sus discípulos. 

 

Y el verdadero discípulo no es tanto quien sigue a su maestro; es quien renueva, con su propia vida, la sabiduría recibida. Por ello, no es posible reconocer al maestro si el discípulo no se reconoce a sí mismo. Este es el primer paso en el camino de la sabiduría. 

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