Unalma

Los lugares tienen tu energía

Los lugares tienen tu energía

 

Recibes de todos los lugares y las cosas la energía que les das

Las interacciones humanas pueden dejar su huella sutil e intangible en los lugares y las cosas. Algunos sitios son sagrados pues su vibraciones tienen el colorido sutil de la fe, la plegaria o la devoción. Otros lugares tienen la marca de la tristeza o la violencia y ejercen un influjo disonante en nuestra presencia. El muro de las lamentaciones, la plaza de San Pedro o la Meca son espacios marcados por la devoción de siglos. Lo mismo sucede con el Kailash y las montañas sagradas que han sido por milenios lugares de peregrinación. En prisiones, cementerios, y antiguos campos de concentración las personas sensibles perciben aún las huellas del sufrimiento humano. 

Sabemos hoy que los enlaces del hidrógeno y el oxígeno en la molécula de agua cambian sus ángulos y su geometría con la interacción humana, generando formas de ordenamiento molecular que se pueden advertir en los patrones de cristalización del agua. Nuestras casas huelen y saben a nosotros, y parecieran tener la personalidad de quienes las habitamos. Un viejo vestido fue antes un lugar habitado y en los electrones de sus átomos pareciera estar almacenada la memoria de quien habitó en él, lo que tal vez de sentido al antiguo uso de los talismanes.

Cada lugar es un campo de relaciones, en el seno de un espacio infinito en el que tienen su sede todos los lugares y las cosas. Las relaciones determinan las características de cada espacio. En un mismo espacio pueden manifestarse al mismo tiempo campos electromagnéticos, gravitacionales, geométricos y aún campos psíquicos.

Posiblemente las pirámides, los dólmenes, las catedrales, tengan patrones de vibración que dialoguen con nosotros. La magnificencia de los lugares naturales que tantos visitan no se debe solamente a la imagen que podemos fotografiar o recordar. Hay algo intangible que produce un sentimiento de asombro y conmoción en muchas personas, como si algo intenso y profundo nos conectara con los arquetipos del inconsciente colectivo. Formas y colores, geometrías y estructuras, están en resonancia con nuestros propios diseños y arquetipos. Los lugares sagrados no sólo lo son por su geografías externas, sino por la vivencia interna que resuena en nuestro propio campo de energía

Si las piedras hablaran, ¡cuántas cosas nos contarían!. En el spin de sus electrones, o en algún lugar desconocido, la vida que los ha habitado quizás aún vibra. 

Muchas tecnologías para el almacenamiento y procesamiento de la información, como la de todos nuestros ordenadores, están basadas en la memoria atómica, a su vez conformada por el eco del spin de los electrones y los protones. En un mundo de relaciones, todo resuena o disuena con todo lo otro; todas las cosas en resonancia armónica amplifican mutuamente su vibración. A lo mejor podríamos sintonizarnos con el lenguaje sutil de los lugares y las cosas para amplificar su vibración y escuchar sus mensajes codificados en el movimiento de las partículas subatómicas. Ahora que podemos captar y transferir la vibración única de la voz humana, podríamos escuchar las vibraciones electromagnéticas y dialogar con las cosas. Pues estamos en ello, ya utilizamos la inteligencia artificial, la robótica y el internet de las cosas, y no puede estar muy lejano el día en que inauguremos la era de las redes de comunicación mental. Emplearíamos entonces el potencial de procesamiento cuántico de un universo que pareciera estar codificado en la infinita conectividad de nuestro campo neuronal. 

Aunque hayamos puesto techos y paredes para delimitar nuestros espacios, lo cierto es que habitamos en el mismo vacío que conforma nuestros átomos y nuestros cuerpos y seguimos habitando el mismo espacio en el que cada cosa del universo habita. Los muros guardan el diálogo que un día comenzamos y las viejas casas tienen el lenguaje de muchas generaciones que las habitaron. Como en una placa fotográfica sensible, imprimimos nuestra presencia silenciosa en la materia de los lugares que habitamos 

 

En cada punto del espacio están contenidas informaciones y energías resonantes que se auto-entretienen, como ecos de ecos sostenidos de vibraciones del pasado. 

La distribución espiral de las moléculas de ADN recibe y se proyecta como una doble antena la memoria de la evolución. Disponemos de esa memoria genética programándola en presente con nuestros hábitos de vida, y así podemos disponer de esa memoria en el presente. La selección correcta nos permite la adaptación a la vida en presente. 

 

Dialogamos con todos los espacios desde el orden y el colorido de nuestro propio espacio.

Lo importante de todos los espacios es la cualidad del nuestro. Con nuestras relaciones y patrones de hábitos, sentimientos y pensamientos estamos construyendo cada día ese espacio, y con él estamos proyectando nuestro nivel de orden a los patrones de ordenamiento externo. Nuestra casa es una urdimbre sobre la que tejemos la trama de nuestros hábitos y relaciones. Es como nuestra segunda piel. No habitamos sólo el lugar que vemos en el cuerpo pues en él hay un verdadero laberinto de lugares desconocidos. Conocerlo, entrar en él , tomar posesión de sus espacios más recónditos, recordar los antiguos caminos de la evolución inscritos en sus aposentos internos, restaurar su vibración armónica y disfrutar en ellos.

Alteramos la vibración de los lugares con nuestra presencia. Hacemos sagrados los lugares si nuestra propia vibración es sagrada. El alma imprime la bella armonía de su orden en nuestro espacio interno y, desde allí, irradiamos la belleza que vemos en el entorno. Porque la belleza está en el ojo que la aprecia, y la energía de los lugares depende también de la energía de quien los mira.

 

Autor: Jorge Carvajal

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