Unalma

Reflexión y meditación para servir a través de la luz y el color

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Reflexión y meditación para servir a través de la luz y el color

Una invitación a los servidores del mundo para sanar la vida

 

Introducción

Este video es una invitación para servir a la humanidad, desde la luz que somos. A través del empleo de la antigua ciencia de los centros de energía, de la emergente ciencia del biocampo y de las propiedades de la luz, se propone un proceso de sanación y meditación, que emplea la imaginación creadora y la visualización. Proyectemos juntos con amor cada mañana los colores de la luz, que es nuestra sustancia, para restaurar la salud de todos, como un reflejo de la luz del alma humana. 

La luz y la conciencia

¿Qué misterio esconde la luz, por la que percibimos todo cuanto vemos?

¿Podríamos concebir que la emoción y el pensamiento superan la velocidad de la luz?

¿Cómo podríamos correlacionar el entrelazamiento cuántico y la no localidad de la conciencia? 

Sabemos que la luz tarda 8,2 minutos en recorrer los 150 millones de kilómetros que separan el sol de la tierra. Aparentemente esa velocidad de la luz – unos 300.000 km por segundo – deja de ser un límite cuando nos planteamos la existencia de dimensiones subjetivas. ¿Podrían comportarse la luz y los colores virtuales del espectro como ondas portadoras de una información sutil que permea el universo? 

Cuando imaginamos y visualizamos el sol, ya el sol está en nosotros. Si evocamos vívidamente un sentimiento, lo sentimos con sus cambios fisiológicos correspondientes. Cuando imaginamos el aroma de un jardín de rosas, y de verdad lo olemos, cuando saboreamos o tocamos empleando vívidamente la imaginación creadora, logramos sensaciones y percepciones internas tan reales como las que registran los sentidos externos. Desde nuestra visión interior, activada por la imaginación y amplificada por la visualización podemos proyectar todos los colores de la luz para sanar la vida.

La luz, sustancia de nuestra sustancia

Proyectamos luz a nuestras ideas, nos aclaramos, despejamos dudas, iluminamos con la luz de la presencia, dejamos sombras con la ausencia. La luz modula los bioritmos más importantes de nuestra biología, se imprime en los pigmentos, activa la producción de vitamina D, y entra en resonancia con la doble antena espiral del ADN.

La luz es la sustancia de nuestra sustancia. Percibimos, concebimos, recreamos y proyectamos la luz que se refleja en el paisaje de la propia vida. En el orbital superior de la conciencia, la luz pareciera convertirse en la verdad interna y subjetiva que nos guía. La transparencia, la honestidad, y la coherencia son atributos que dan orden y belleza a nuestra luz interna. 

Las cosas son visibles por la luz que reflejan y, al percibirlas, completamos y damos vida a la visión objetiva con nuestra propia luz subjetiva. Así como el color azul completa el amarillo para alcanzar la luz blanca; así como el rojo y el cian y el color verde y el magenta se completan, del mismo modo los colores objetivos son completados por el mundo virtual que imaginamos y creamos interiormente. En un lenguaje que tiene la exactitud y la belleza de las matemáticas y la música, los colores, las personas y las cosas, se relacionan generando un espectro ilimitado de tonos y matices. La luz blanca refleja todo el espectro de la luz visible y el negro la absorbe y la retiene. Combinaciones de la sombra y de la luz, el paisaje de la vida se pinta de crepúsculos, auroras y transiciones de fase entre expansiones, contracciones, días, noches. Como si toda la creación fuera un concierto en que la armonía de todo el espectro electromagnético se recrea en la ventana de la luz visible. 

Sanarnos con la luz del alma

Por el estudio de las propiedades de pigmentos que convirtieron la luz en la sustancia de la vida, y haciendo analogías con los patrones de ordenamiento geométricos de las gemas, que filtraron y embellecieron el espectro de la luz visible, podemos llegar a imaginar los bellos patrones de la luz del alma que pasa a través de un ser humano que se ordena. La meditación es una vía efectiva para ese ordenamiento interno que hace de cada mujer y cada hombre una fuente de emisión de luz coherente, como la de un láser. Si nuestras virtudes embellecen la luz, como las gemas, podemos pensar que no hay virtud mayor que la de liberar las poderosas energías del amor, emitidas por el generador cuántico de un corazón conectado con el alma.

El alma individual representa en cada uno de nosotros la conexión del cuarto reino, el reino humano, con el reino angélico, el reino de las almas. El amor humano se une así a la inteligencia espiritual de la naturaleza, representado en esa esencia dévica o angélica. El color es su vibración, manifestación de esa sustancia angélica que da su inteligencia a través del espectro de la luz a cada una de nuestras células, así como a organismos, sociedades y la humanidad entera. Podríamos aventurarnos a pensar que esa misma sustancia sutil es portadora de una inteligencia espiritual que entreteje el universo todo, desde la minúscula partícula hasta los grandes cúmulos de estrellas.

Intuimos así, que más allá de la luz visible y objetiva, existen efectos sutiles de una luz virtual que se imagina. Cerramos los ojos. Imaginamos, percibimos, concebimos y recreamos los colores de la luz adentro. Y podemos proyectarlos mentalmente desde ese órgano de visión sutil ubicado en la frente, y relacionado con lo que para antiguas tradiciones es el tercer ojo. Podemos cargar nuestras manos con imágenes activadas por nuestra intención amorosa de servir y conectarlas al caudal de amor del corazón, para dirigirlas al campo de energía sutil que rodea e interpenetra nuestro cuerpo. Podemos unirnos al océano no local de la conciencia para experimentar vívidamente el sentimiento de unidad con toda la humanidad. Podemos emplear la luz del alma como un sol que ilumina todos nuestros centros de energía para sanarnos y así sanar la vida de todos. ¿Nos animamos? 

 

Autor: Jorge Carvajal

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