Unalma

Tercera ola: nunca fue tan importante unirnos

Tercera ola Covid - Jorge Carvajal

Tercera ola Covid - Jorge Carvajal

Tercera ola: nunca fue tan importante unirnos

Cuando salgamos al otro lado de la tormenta, ya tendremos tiempo de mirarnos, de reconocernos, de abrazarnos. Y, tal vez, de asumir juntos la construcción de una nueva cultura de relaciones para la nueva tierra.

Introducción

Sentido común y sentido de las prioridades

En medio del naufragio, no es prioritario discutir sobre quién conspiró para hacer el barco, acerca de si el oleaje es ficción o realidad, o de si el bote salvavidas que nos lanzan es el adecuado. El barco es nuestra civilización, con su diversidad de estratos socioculturales, regiones y países; el bote salvavidas son los recursos diseñados por la ciencia para afrontar el salvamento; el oleaje es la situación de urgencia que nos exige mantenernos a flote, con todas las medidas necesarias para salvaguardar la vida. Lo cierto es que ni el capitán, ni la ciencia, ni el armador, ni los oficiales del barco, podrán remar por nosotros hasta la orilla. Podemos optar por no remar, o por remar en la dirección contraria a nuestros compañeros de naufragio, pero en nombre de ninguna libertad podríamos justificar tal decisión. Del compromiso de unirnos y coordinar nuestros esfuerzos para remar juntos al unísono, depende no sólo nuestra vida, sino la de nuestras familias, comunidades y países.

Cuando estamos con el agua al cuello son inútiles las críticas, los señalamientos y los juicios. Hoy, el único posible propósito común es el de la vida y, por ella podemos unirnos, aún con todas nuestras diferencias. Cuando salgamos al otro lado de la tormenta, ya tendremos tiempo de mirarnos, de reconocernos, de abrazarnos. Y, tal vez asumir juntos la construcción de una nueva cultura de relaciones para la nueva tierra.

Perdemos el sentido de la realidad cuando en lugar de remar juntos para salvar la vida, dedicamos nuestro tiempo a discutir quién tiene la razón. Es hora de invertir juntos lo mejor de nuestra inteligencia, para evitar las muertes prematuras e innecesarias; para generar la inmunidad colectiva indispensable a la salida de la pandemia.

Aprendiendo las lecciones de la historia.

Estamos inmersos hoy en un intenso aprendizaje de solidaridad y de responsabilidad colectiva, quizás la única medicina de fondo para afrontar exitosamente esta coyuntura crucial.

Tenemos la tendencia ancestral a asumir la posición de víctimas, buscando conspiraciones detrás de todos los males, para señalar afuera culpables. De ese modo no podemos asumir la actitud de aprendices y nos perdemos las grandes lecciones de la historia. Sabemos que el aprendizaje y entrenamiento de nuestro sistema de defensas frente a un invasor inesperado y desconocido tiene un alto costo biológico. Así, por el período del descubrimiento de América y el colapso de las estructuras feudales, buena parte de los aborígenes americanos sucumbieron al arma más mortífera de los conquistadores: el virus de la viruela. Antes que una guerra convencional, la conquista de América fue una guerra biológica.

Más de 500 millones de vidas se perdieron a raíz del cataclismo y las réplicas sucesivas de las epidemias de viruela, antes de que el salvavidas de la vacuna fuera lanzado por la ciencia. A partir de ésta, muchas otras vacunas surgieron, más rápidas o más lentas, según la complejidad del agente causal, el estado de avance de la ciencia, y del grado relativo de la emergencia. La naturaleza conspira para llamarnos la atención y al proceso colectivo de despertar que abarca todas las actividades humanas

Ahora asistimos a una época en la que la investigación acumulada de muchas décadas, ha permitido concentrar todos los esfuerzos de la ciencia en la producción de salvavidas suficientes para que dos terceras partes de la humanidad adquieran inmunidad, aunque muy posiblemente este tenga que ser reforzada periódicamente. El desafío de hoy ha generado un esfuerzo logístico mundial sin precedentes y un cambio de enfoque en la inmunología, la genética y la epidemiología. Aún más, ha exigido el esfuerzo cooperativo de una gran armada de científicos y laboratorios que en todo el mundo han permitido, en el corto lapso de un año, lo que en condiciones normales hubiera podido demorar de una a dos décadas.

El pandemónium: una infodemia de estadísticas sesgadas y de ciencia mal digerida.

Algunas preguntas frecuentes nos permitirán adentrarnos tímidamente en el espinoso asunto de la infodemia, esta gran pandemia de la confusión. ¿Es un invento este virus, como se ha afirmado del VIH? ¿Es una sindemia? ¿Qué representan alrededor de 100 millones de casos constatados para una población mundial que casi ronda los 8.000 millones? ¿Cuántos de los test positivos son falsos positivos y cuántos negativos son falsos negativos? ¿Cuál es la relación costo-beneficio de la vacuna?

 

El test diagnóstico

Es cierto que tanto PCR positivos como negativos pueden ser falsos, pero esta respuesta nos puede llevar a eludir la pregunta fundamental: ¿Cuántos de los positivos y negativos son ciertos y nos guían efectivamente para tener un mapa de la contagiosidad y de la probable mortalidad? Sin estas medidas, que no pueden ser exactas – nada lo es en medicina – no hubiéramos podido tener el más mínimo control epidemiológico y clínico, ni habríamos ampliado en todo el mundo la dotación hospitalaria de urgencias. Nunca tanto como en la actual crisis se ha fortalecido la sanidad pública universal.

Sin una base de datos aproximada suministrada por los test de PCR y el seguimiento matemático, estadístico y epidemiológico de las curvas, estaríamos en una condición similar o peor a la de la última gran pandemia de 1918.

La tasa de mortalidad

Aunque sea un pequeño porcentaje del total, alrededor de dos millones de muertos que ya contabilizamos en la agenda de nuestro dolor, cuentan. Podemos tratar de ignorarlos y justificar la insolidaridad y la indisciplina social en nombre de la libertad, diciendo que la culpa es de los gobiernos, las multinacionales, la OMS o el nuevo imperio. Sin la amplia movilización de todos los recursos humanos en todas partes, podríamos tener una mortalidad cinco veces superior. Reconocemos de hecho las enormes diferencias entre países y entre las mismas regiones de algunos países, que ya diferentes investigaciones empiezan a asociar al clima de desconfianza y de extrema polarización social. El negacionismo populista y demagógico característico de los extremos ha tenido ya costos inadmisibles en términos de vidas humanas.

 

Existe el virus

Podemos aludir a información científica y estadística mal digerida e interpretada – las cifras solas no hablan – para decir que el virus no existe y negar de un borrón sus 30.000 letras, con el argumento de que su secuencia completa ha sido reconocida con sistemas de inteligencia artificial. Si las evidencias directas e indirectas, los cultivos celulares, la inhibición de la replicación viral, las mutaciones, los análisis estadísticos y epidemiológicos no son evidencias; si la llave de la proteína S abriendo las compuertas de la célula no se considera evidencia; si ni siquiera el testimonio dolorosamente cierto de los que han muerto y de los que hoy mismo en todo el mundo siguen muriendo en la pandemia, no constituyen prueba de la existencia del virus, ¿a nombre de qué tipo de ciencia estamos hablando? Los títulos y nombres de quienes lo digan no puede ser nunca garantía de verdad, porque la verdad no puede ser oficial o alternativa. La verdad es la verdad y una verdad cuyas implicaciones atentan contra la vida, venga de donde viniere, no puede ser más que una rotunda mentira.

 

¿Qué cambia si es una sindemia?

No podemos minimizar la situación planteando que es una sindemia, una epidemia que ataca a algunos grupos con comorbilidades. Es cierto pero, aunque en su mayoría las complicaciones se presenten en mayores de setenta años o en pacientes con enfermedades previas como el síndrome metabólico, lo cierto es que a causa del virus murieron prematuramente, por años o por días, no importa la extensión pues el valor de una vida no se puede medir por el tiempo del reloj.

La llamada “Plandemia”

Podríamos incluso cuestionar con ese ruido infernal de la infodemia – un pandemónium de informaciones confusas y contradictorias en nombre de la ciencia y la verdad – el esfuerzo intenso y acelerado que convocó todos los niveles de la ciencia. Muy rápido, dicen. No, muchos años de investigación con virus de la misma familia, cuarenta años de investigación con el VIH, más de una década de investigación don el ARN mensajero habían preparado el terreno.

Algunos inmunólogos, epidemiólogos, virólogos, recién iluminados y legos, interpretan las publicaciones a su modo, extrapolan, predicen el catastrófico futuro, ignorando lo que hemos aprendido de las epidemias del pasado. Algunos ya anuncian una conspiración del imperio del mal para esterilizarnos. Se van acomodando artificialmente datos, se generalizan y amplifican en los medios sociales las complicaciones de las vacunas, mientras se minimizan las abrumadoramente mayores secuelas del virus. Algunos, incluso en medio de la catástrofe de las Unidades de cuidados intensivos saturadas, declaran olímpicamente que esto es un plandemia. Sí, pero es cuando menos extraño que sea una que afecta a Rusia como a Inglaterra, y Estados Unidos, a China como Alemania, a Suiza como a Ruanda- A los países ricos como a los pobres. Al parecer, hay alguien que trama contra todos y contra sí mismo. Es cuando menos extraño que el virus sea el resultado de una conspiración y que la vacuna también lo sea. Al parecer, según este Pandemónium, todo ha sido cuidadosamente planeado: el efecto invernadero, los incendios forestales, la contaminación del agua, las zoonosis y los virus que saltan. El llamado a la responsabilidad social es una violación del libertinaje que me permite hacer lo que se me dé la gana y al que curiosamente algunos denominan libertad.

“Suecia es el ejemplo a seguir” – nos dicen. En pocas semanas es el modelo que no se puede seguir, y así vamos cambiando de criterio, sin dar tiempo a que se desarrollen los acontecimientos.

El riesgo de la polarización extrema

Entretanto salen las noticias de los primeros efectos negativos de las vacunas que llenan las redes, mientras los miles de muertes por el virus en el mismo período parece que no tuvieran significado. El resultado, logran una pandemia de odio, de miedo y de desconfianza. La pandemia de la polarización extrema que sólo fortalece los populismos demagógicos de izquierda y de derecha que sacuden ahora los mismos cimientos de los países democráticos del primer mundo. Pero creemos que esto pude verse al margen del virus. No es así. Estudios recientes sugieren que la polarización extrema es un factor que oscurece el pronóstico y la evolución de la pandemia. En las regiones de mayor polarización las estadísticas nos muestran tasas de infección considerablemente mayores. La inestabilidad generada por una opinión pública hiperpolarizada incide sin duda en las políticas de salud pública.

¿Estamos condenados a repetir la historia?

La última gran pandemia, la de la gripa española que afectó el mundo entre 1918 y 1919 con una tasa de mortalidad del 2.5 % – uno de cada 40 infectados -, provocó cincuenta millones de muertos, con una incidencia predominante en la población más productiva de 20 a 40 años. Un comportamiento similar en la actual pandemia representaría el final de nuestra civilización ya que la economía no toleraría el total confinamiento de la población productiva. A la crisis de salud agregaríamos una terrorífica crisis en toda la cadena de producción y suministros esenciales para la vida como el agua, la energía y los alimentos.

Como dice el Dr. Michael Ryan, cabeza del programa de emergencias de la ONU, esta pandemia es un llamado de atención. Una próxima podría ser peor si no aprendemos la lección.

 

Otra de las grandes pandemias, la de la peste bubónica que afecto entre 1347 y 1349 los continentes asiático africano y europeo. Se calcula que barrió con un tercio o la mitad de la población en el medioevo europeo. Su mortalidad ascendió a una cifra que se estima entre los 75 millones y los 200 millones de muertos. Más importante aún, sus secuelas se extendieron por más de doscientos años. ¿Conspiraron pulgas, ratas, piojos? Tal vez fue la “conspiración” del atraso y la ignorancia, lo que catalizó el nacimiento al humanismo y la ciencia.

 

La pandemia de viruela hacia el 1520 ocasionó la muerte de 56 millones de personas, y se considera que arrasó con un 90% de los aborígenes americanos.

Es bien interesante porque se sacuden entonces los cimientos del feudalismo, nacemos del medioevo al siglo de las luces y con ellos al surgimiento de las artes y las ciencias. Termina el paradigma geocéntrico y empezamos un largo recorrido hacia el humanismo.

Se calcula que en los últimos cien años antes de su extinción oficial la viruela provocó alrededor de 500 millones de muertos. El final de esta sostenida “conspiración” fue obra de la ciencia. La primera vacuna fue la de la viruela, que nos acompañó a casi todos los que tenemos más años. A partir de entonces, centenares de millones de seres humanos han sido liberados de la muerte o la incapacidad por las vacunas de la poliomielitis, la tosferina, el tétanos. ¿Cuántos liberados por la vacuna de la hepatitis, o la tuberculosis? De seguro que ha habido reacciones secundarias, alergias, y aún muertes. Es innegable. Pero la relación costo beneficio es abrumadora a favor de las vacunas.

 

Es hora de que aprendamos la lección. Se trata de la vigencia de la humanidad. Es cierto que tenemos que cambiar, pero para hacerlo necesitamos vivir. De seguir como vamos, divididos en torno a interpretaciones amañadas de la realidad y de la historia, nos podemos quedar en el mito de que esto es una conspiración, lo que no hará más que hacerle el juego a quienes peor gestionaron la pandemia. Los negacionistas de todos lados, aunque sean bien intencionados obstaculizan la salida.

Muchas voces humanas susurraron, cantaron, gritaron y se desgarraron previniendo lo que ya se veía venir. Seguimos conspirando contra toda la naturaleza incluyendo nuestra naturaleza humana, y ahora toda la naturaleza conspira a través de un virus como mensajero, para llamarnos la atención. Es hora de despertar del sueño y cambiar nuestro rumbo por uno que conduzca hacia la unión.

Esta publicación es responsabilidad única de su autor y no pretende de ningún modo tener la razón. Sólo es un llamado a la búsqueda de salidas a nuestra ya extrema y peligrosa polarización.

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