Unalma

Tres claves para vivir una vida espiritual

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Introducción

El estudio, la meditación y el servicio son tres métodos para recorrer el sendero espiritual, que conduce a la sabiduría de la unidad. Esta unidad, que abarca e incluye la diversidad, es integridad.

La vida espiritual conduce a un sendero de regreso que se dirige de la diversidad a la integridad. Así se resuelve la dualidad: la materia se disuelve en la energía en ella contenida, la energía se revela como información y todas las dualidades se resuelven en la conciencia que a todas las contiene.

Desde esta visión, lo espiritual se refiere a todo sin exclusión, es decir que todas los seres y las cosas, con sus diferencias y sus distintas propiedades, son expresiones vibracionales de una esencia espiritual. Esta misma esencia en una octava vibracional inferior es lo que denominamos materia y en su octava más elevada, octava superior, ligada al mundo de las ideas y los arquetipos, es lo que denominamos propiamente espíritu.

Afrontaremos de un modo individual estos tres métodos propuestos desde la antigüedad para el desarrollo espiritual, aunque en el mundo real son interdependientes e inseparables. En este artículo haremos especial énfasis en el estudio, un método indispensable al desarrollo de la actitud del aprendiz, como punto de partida en el camino de la meditación y el servicio.

1. El estudio

Conduce a la conciencia reflexiva o conciencia de si, en la que se trasciende la reiteración de automatismos reactivos, sensitivos o instintivos, que han precedido el nivel humano de la conciencia.

Como método de desarrollo espiritual, el estudio es un modo de llevar el universo adentro para conocerlo y, a través de ese proceso reconocer al conocedor. Implica la facultad de la observación consciente, y el ejercicio de la conciencia presente en la que el aprendizaje se convierte en un proceso de renovación continua.

Tres_claves_vida_espiritual_1En el acto de autoobservación, el observador del mundo objetivo se descubre a si mismo -se observa- y reconoce la unidad intrínseca en la dualidad aparente del actor y el observador. En una fase más avanzada el observador y el actor se descubren como expresiones o facetas del autor que en cada uno constituye el origen y el destino de la vida. A través del estudio, desde la conciencia de las diferentes facetas de uno mismo, las del actor y el espectador, emprendemos el sendero de regreso al autor, el creador de ese libreto de la vida que representamos y observamos.

En este proceso de estudio surge la comprensión de la naturaleza triple de la unidad, compuesta por apariencia, cualidad y esencia. Hasta que el estudiante puede vislumbrar que la cualidad y la apariencia son expresiones o modificaciones de una sola esencia.

En el proceso, el estudiante o aprendiz de la escuela de sabiduría que es la vida, supera la dualidad de los opuestos, como la acción y la reacción, encontrando entre los dos un factor integrador: la relación.

Permitámonos ahora un atrevimiento mayor. La gran escuela de la evolución es un campo de relación en el que todas las acciones y reacciones se integran y adquieren sentido. Todo es relativo a todo lo otro, nada existe por fuera de la relación y esta es la sustancia del proceso evolutivo, que es un proceso de aprendizaje. Este es el proceso de encontrar correlaciones, interacciones y reciprocidades, que determinan las propiedades de las cosas.

 

La vida es un modo de relación, y este modo es espiritual cuando el aprendiz descubre en su propia intimidad a la humanidad como síntesis de todos los procesos que la precedieron. Vivir es aprender, y una forma ideal de aprender es enseñar lo que se sabe, para expandirlo en nuevos modos de relación al universo y al creador. En este sentido el aprendizaje espiritual es profundamente creativo.

El estudio de la relación, como la cualidad de la vida, el alma de la creación, nos conduce a través de la consciencia de la conciencia – conciencia humana o consciencia reflexiva – al ser humano como un punto nodal de la creación a partir del cual el espacio tiempo se interioriza para convertirse en un holograma del universo.

En este nivel de aprendizaje el estudio lleva a la comprensión de la unidad entre el observador, el campo de observación y lo observado. Disolviéndose la frontera ente el mundo objetivo externo y el subjetivo interno. Los dos mundos se integran en el proceso de aprendizaje y se reconocen como partes integrantes del mismo aprendiz u observador .

El observador que se observa a si mismo en el mundo, trasciende las fronteras del conocimiento haciéndose parte de lo conocido, pues lo reconoce en si mismo. Así, además de conocer y entender, comprende: Se comprende. Este observador cualifica la dualidad onda partícula revelando que es la conciencia lo que determina una u otra expresión de las propiedades del electrón.

El aprendiz y el camino de la sabiduría

El camino a la sabiduría implica un proceso de aprendizaje o de cambio permanente. Es imposible transitarlos si previamente no existe la conciencia de la necesidad de cambiar, o de salir del nivel de la ignorancia.

Por eso concebimos que el principal obstáculo para el cambio hacia una dimensión espiritual consciente de la vida es la resistencia al cambio que se da cuando ignoramos que ignoramos. Podemos decir que el primer paso hacia la sabiduría es reconocer que ignoramos que ignoramos. Saber de nuestra ignorancia es un verdadero despertar. Por eso cuando el sabio dice sólo sé que nada sé, revela la sabiduría de esa humildad que, reconociendo la ignorancia, le puede lanzar a la búsqueda de un aprendiz permanente.

En este primer nivel en el que no es posible la transformación y el necesario cambio (la ignorancia de la ignorancia), ignoramos pero no sabemos que ignoramos y, además caemos en la ilusión de creer que sabemos y actuamos como si supiéramos. En este caso confundimos el conocimiento con la programación y la memoria y proyectamos a la vida nuestras creencias y prejuicios. Con lo cual nuestras relaciones pierden su dinámica evolutiva y se quedan congeladas en el pasado. Hasta que un día despertamos a la necesidad del cambio, reconocemos que ignoramos y nos lanzamos a la aventura del conocimiento, que parte de un reconocimiento de nuestra necesidad de cambiar. Comienza el viaje en el que más allá de las aptitudes, cultivamos la actitud humilde, sencilla y vulnerable del aprendiz. Esta es la sabiduría de la ignorancia, saber que no se sabe y reconocerlo. Así emprendemos la búsqueda del conocimiento. Reconociéndonos o conociéndonos de nuevo, más profundamente. Esto se ha ligado al regreso a uno mismo, al sendero del hijo pródigo. Es un camino de conciencia, en el que regresamos a nosotros para conocernos y reconocernos y con este punto de referencia individual emprendemos el viaje desde la ignorancia inconsciente a la sabiduría consciente. En este punto crucial sabemos que sabemos, lo cual nos puede llevar a la paradoja de resistirnos al nuevo aprendizaje. Así que tenemos dos instancias que pueden generar resistencia al cambio:

  1. La ignorancia de la ignorancia, el no saber que no sabemos.
  2. La sabiduría de la sabiduría, saber que sabemos.

En este punto es necesario aprender a ignorar lo que sabemos para acceder a un mundo nuevo en el que el aprendizaje continúa. Esto significa que los antiguos conocimientos congelados pueden convertirse en el mayor obstáculo para el aprendiz permanente que es el estudiante espiritual.

Ignorar que ignoramos e ignorar que sabemos. El viaje es de la ignorancia inconsciente a la ignorancia consciente. Aquí advertimos que la ignorancia, una inconsciente y otra consciente, está en los dos extremos del sendero del aprendiz.

Las cualidades del aprendiz

El aprendiz manifiesta la postura del observador, que en el paradigma cuántico determina el mundo observable y sus cualidades.

En nuestro proceso de aprendizaje desarrollamos aptitudes, que nunca son suficientes para que lo aprendido tenga sentido y conduzca a la realización.

Interiormente podemos hablar de una actitud que define al genuino aprendiz, ese que además de tener éxito puede realizarse y ser feliz. Y esto es de una importancia mayor, porque la calidad de nuestros actos, que hacen parte de nuestra proyección al mundo, no solo depende de que seamos aptos. Se deriva especialmente de que tengamos una correcta actitud. Esta es la matriz que motiva, da colorido y cualifica nuestros actos.

 

Ahora tratemos de comprender las cualidades del aprendiz:

  • Sabe que ignora. Por ello mantiene la búsqueda incesante de la sabiduría como una condición de su vida.
  • Está siempre dispuesto a ignorar lo que sabe para seguir aprendiendo. Por ello no va con su sabiduría como un estandarte y hace de su vida un movimiento hacia lo que le falta por aprender. En ese arduo proceso de conquistar el conocimiento va reconociendo lo esencial y lo identifica como una propiedad del ser.

 

Para resumirlo digamos que quien conquista la humildad de reconocer su ignorancia, se hace vulnerable al conocimiento, y desde la descomplicación y la sencillez se adapta a la vida, aprendiendo de las condiciones cambiantes de su medio ambiente.

 

Vulnerabilidad, humildad y sencillez son condiciones del aprendiz que derriban las resistencias del pasado y el futuro, las programaciones y las expectativas.

Un aprendiz, sencillo humilde y vulnerable tiene el enorme potencial de los comienzos. Vive cada ocasión como si fuera la primera. Restaura la inocencia, el poder del gozo y disfruta del proceso de aprendizaje como el de una aventura única.

El aprendiz se olvida de la búsqueda, no sufre ni se desespera por encontrar, no lleva consigo el lastre del pasado y no está atado a los resultados.

El aprendiz vive en la intensidad del presente y se hace nuevo a cada paso.

Esa actitud de aprendiz permite el reconocimiento de la conciencia de la ignorancia como el de un estado de inocencia consciente, en cuya naturaleza la humildad y la vulnerabilidad impiden la resistencia al cambio.

La luz de lo aprendido se enciende interiormente, Y así el aprendizaje más que un barniz de conocimiento es un reconocimiento interno en que el intelecto no está separado del amor.

El aprendiz renuncia a sus propias programaciones, y, olvidándose del yo separado, se asombra con la verdad y la belleza. Así renueva una felicidad que ya no es anhelo o meta, es el arte de vivir en el instante.

2. La meditación

Es a la vida espiritual, lo que la respiración es a la vida del cuerpo. Es un método de contacto con la vida, la esencia que vive en todas las cosas y nos habita. Esa vida es cualificada con nuestra propia vida, y como método la meditación aviva y expande esa corriente que une todas las facetas del ser.

Cuando desarrollamos la actitud de aprendices permanentes, el observador que somos está atento, y proyecta su conciencia para encontrar la cualidad y la esencia que esconden las formas y las apariencias. La meditación facilita y es facilitada por la respuesta de relajación en el plano físico y por el apaciguamiento de los planos mental y emocional. Desde este silencio sereno del ser se genera un proceso de unificación entre niveles de la conciencia que son complementarios: El cuerpo y el campo de energía, los impulsos y los ideales, los pensamientos y las ideas. Esta integración contribuye a generar la unificación del campo de la personalidad cuyos distintos componentes se alinean con la luz del director de la orquesta de la vida, el alma que somos.

Una gran variedad de métodos de meditación son en si mismos incomparables, ya que cada uno se puede ser necesario en el proceso de condiciones y necesidades cambiantes de cada meditador.

Oración y meditación son en este sentido aspectos complementarios de un solo proceso que puede llevar a la conexión con niveles superiores o expandidos de la conciencia. Aunque tradicionalmente se acepta su procedencia de Oriente, prácticamente en todas las culturas existen propuestas que llevan a los estados meditativos, que implican siempre el aquietamiento interior, aunque no son de ningún modo antagónicos con la actividad y el movimiento. El común denominador de las técnicas meditativos es la proyección de la conciencia a través de la atención sostenida al espacio-tiempo del ahora-y-aquí, en el que es posible la experiencia intensa de la presencia, una evidencia viva del ser que nos habita. En antiguas tradiciones orientales la meditación es uno de los ocho métodos del yoga o la ciencia de la unión. Entre los métodos que facilitan el proceso meditativo, damos una especial relevancia a las reglas y mandamientos del yoga, relacionados con el cultivo de correctas relaciones humanas, que incluyen las relaciones con nosotros mismos y con los otros.

3. El servicio

Somos aprendices, estudiamos en la escuela de las relaciones humanas donde aprendemos la gran lección de la comprensión amorosa y comprendiendo respondemos a la necesidad. Así servimos. Así vivimos, así nos convertimos en la corriente del amor que somos. Y al dar lo mejor de nosotros hacemos el vacío y nos renovamos. Cuando el amor se mueve conformamos con el objeto del servicio una sola corriente de la vida, para convertirnos en parte de los otros y de todo lo otro. El servicio es la clave mayor de la realización porque, como nos revelan las más recientes investigaciones de la ciencia, la clave mayor de la felicidad es hacer felices a otros.

 

Autor: Jorge Carvajal P.

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