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El pánico: una visión sintergética

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El pánico: una visión sintergética

Como todas las emociones, el miedo es una estrategia de aprendizaje. Particularmente, la experiencia del miedo está relacionada con la supervivencia, porque hace parte de la respuesta adaptativa primitiva de huir o atacar para sobrevivir. En condiciones extremas, el miedo se convierte en pánico, una sensación de peligro inminente, literalmente paralizante, en la que la respuesta fisiológica destinada a liberar energía para atacar o huir se queda retenida, sin que pueda fluir con un propósito adaptativo útil. En el pánico, toda la energía que no puede ser invertida en la adaptación externa, genera una implosión en el organismo, que da lugar a la angustiosa sensación de pérdida de control frente al peligro. La misma respuesta fisiológica que una vez fue apropiada para sobrevivir, ante el ataque de un animal salvaje por ejemplo, puede ahora evocar desde adentro, la angustiosa sensación de estar inermes frente a un inminente riesgo de morir. 

El miedo ante el peligro y la respuesta fisiológica son fases de un solo proceso

El peligro externo que se nos viene encima, genera una respuesta fisiológica orientada a la supervivencia. Esta misma condición fisiológica por sí sola está en capacidad de evocar la misma sensación de peligro, aunque no se pueda reconocer ningún riesgo objetivo. En esta ocasión, es como si todo el organismo reaccionara frente a un riesgo, supuesto o desconocido, que nuestra inteligencia adaptativa automática se toma como algo muy real.  Sentir una amenaza objetiva a la vida puede provocar toda esa constelación de cambios que componen la reacción de ataque o huida. De igual forma un recuerdo, un pensamiento, una pesadilla, o una situación lejanamente parecida al desencadenante original, pueden provocar la misma situación. En la medida en que la situación amenazante se repite -ya sea objetiva o subjetivamente- se va incrementando el número de neuronas que se conectan y, con ello se intensifica la respuesta fisiológica. Así va gestándose un proceso de sensibilización, en el que con mínimos estímulos se pueden generar respuestas aparentemente desproporcionadas. 

Cuando bajan los umbrales que disparan las alarmas 

Así como el sonido de una alarma de incendio o de terremoto inyecta en el torrente circulatorio una onda de inteligencia adaptativa, compuesta por moléculas, energías y sus emociones asociadas, que nos preparan para la gran demanda requerida por el ataque o la huida, las falsas alarmas se pueden comportar del mismo modo. Con la diferencia de que, al no poder invertir el exceso de energía liberada en un movimiento adaptativo exterior, se produce una verdadera explosión de energía al interior.  Imaginemos ahora que la alarma sensible a las altas temperaturas que preceden al incendio, lo sea a leves aumentos del calor. Entonces cada leve incremento de la temperatura puede desencadenar la misma tormenta interna provocada por la amenaza de un verdadero incendio. Haciendo una analogía cercana, cada vez que frente a un pequeño desplante no nos sentimos reconocidos, podemos disparar todas las alarmas fisiológicas, si ya en nuestra biografía este hecho repetido ha generado una sensibilización, que nos ha ido produciendo una susceptibilidad mayor. Es lo que llamamos un cauce conflictual, pequeños conflictos, que evocan un conflicto mayor no resuelto y frecuentemente inconsciente, explican reacciones incomprensibles y aparentemente desproporcionadas. Mientras más se repitan estas situaciones de hipersensibilidad subjetivas -aunque no correspondan a una realidad objetiva impactante- tanto más se van a sensibilizar nuestras alarmas, hasta el punto que el mínimo aleteo externo puede desencadenar un huracán adentro. 

Los miedos congelados y la enfermedad psicosomática 

Cuando estas condiciones de hiperreactividad se cronifican, pueden generar una respuesta automatizada y programada a nivel celular, de tal modo que el miedo va a enmascararse, asumiendo la expresión de alguna enfermedad piscosomática. Lo que no resolvemos en nuestra autobiografía, termina grabándose en nuestra biología. Una diarrea crónica, un lumbago, el bruxismo, el asma, algunos trastornos inmunes y vasculares, pudieran ser la válvula de escape de esa energía retenida adentro por situaciones de miedo sumergidas bajo el umbral de la conciencia.  En la práctica clínica reconocemos que la mayoría de las enfermedades crónicas tienen un componente psicosomático importante, ligado a la represión o literal secuestro de la energía emocional, como sucede en el síndrome de shock postraumático por ejemplo. El miedo es un gran inhibidor de la expresión de emociones sanas, ligadas al amor, por lo que podemos entender cómo en toda la psicosomática aparece el temor como un común denominador. Aquí podemos mencionar los miedos comunes a perder la salud, la vida, el sustento, el prestigio, los seres queridos; el miedo tan extendido a no ser reconocidos… y también los miedos fóbicos que encierran un profundo simbolismo en la realidad del inconsciente colectivo. Muchos son los tipos, grados y modalidades del temor, ligadas a los síntomas y los traumas que los originan. Asumimos que, como estrategia adaptativa, el miedo puede ser una forma de aprendizaje emocional esencial para la vida. La conquista de la seguridad, la confianza, que son aprendizajes ligados a la experiencia del temor, puede ser obstaculizada muy especialmente por los sistemas de creencias que no corresponden a la realidad de nuestro ser. Consideramos aquí las falsas creencias, arraigadas en el inconsciente colectivo, como la raíz oculta de muchos de nuestros miedos patológicos. Infiernos, purgatorios, dioses vengativos, culpas y castigos, visiones catastróficas de la enfermedad y de la muerte, creencias que conducen al perfeccionismo y la invulnerabilidad para ser merecedores del amor. En fin, hemos de considerar aquí que el miedo en la persona tiene una raíz transpersonal, tan ligada a nuestras culturas como sistemas de creencias, que afrontarlo implica pensar también en términos de la inseparable unidad entre el inconsciente individual y el inconsciente colectivo y la cultura que nos ha moldeado. 

¿El miedo tiene remedio? 

Como esta respuesta adaptativa primitiva es una estrategia en la que intervienen el cerebro reptil y el cerebro mamífero, cuyos códigos de comunicación son diferentes a los del neocortex cognitivo-social, no podemos afrontarlos sólo con las propuestas terapéuticas convencionales, sean estas químicas o conductuales. Es necesario un abordaje personal, transracional, transpersonal pues como vimos el miedo congelado toca profundamente los arquetipos del inconsciente colectivo. Acompañar, escuchar sin juzgar, comprender. Saber que quien experimenta pánico está fuera de sí y es difícil pedirle control. Ponernos en sus zapatos.  Cuando hemos perdido el control, las raíces, el soporte, la confianza, necesitamos sentir una tierra firme, un amigo, un buen terapeuta. Necesitamos la presencia cálida de alguien que pueda ir con nosotros más allá de las palabras y las razones; que nos ayude a conectar de nuevo el corazón a la corriente amorosa de la vida.  Un buen terapeuta comprende que el temor a lo desconocido por el individuo y grabado por la especie, puede hacer que un ratón, una cucaracha, un grillo, una abeja, y todas las fobias a la oscuridad, al encierro, a las alturas, se puedan asociar en la profundidad del inconsciente a cataclismos y catástrofes que a los largo de millones de años han amenazado la supervivencia de nuestra especie y de las especies que nos precedieron en la escala evolutiva. Afrontar el programa del temor y sus antiguas memorias celulares, nos puede llevar a plantearnos preguntas que nos permiten remontarnos desde el individuo a memorias traumáticas que tocan la conciencia colectiva de nuestra especie. ¿Pudiera el encierro de segundos en un ascensor ser una evocación de la mazmorra oscura en la que centenares de miles de prisioneros perecieron – perecimos? ¿O tal vez el recuerdo borroso de la vivencia de la muerte y la esperanza de la vida en el canal del parto? ¿Pudieran los miedos personales no resueltos, asociarse a los temores colectivos de nuestra especie, para atizar la información emocional secuestrada en la amígdala? Si estas poderosas informaciones y energías retenidas no encuentran salida a través de los circuitos que regulan la inteligencia emocional, cognitiva, social y creativa, regresarán por los antiguos senderos de la inteligencia vegetativa, ligada a la supervivencia. Allí el tallo cerebral y el sistema neurovegetativo, generarán una respuesta visceral primitiva, dando salida a una energía que los niveles más avanzados de conciencia no ha podido gestionar.  En medio de esta complejidad entretejida cada día avanzamos en la formulación de estrategias terapéuticas profundas y sencillas, que nos permiten hoy acceder a la profundidades del inconsciente personal y transpersonal, allí donde la expresión de la vida no ha alcanzado el mental o emocional, y es aún puro movimiento de supervivencia. Las técnicas de liberación emocional -EFT-, las propuestas de manos para sanar, de toque terapéutico con y sin contacto, de medicina manual etérica y de códigos del corazón para la sanación son, entre otros, algunos ejemplos de esas ciencias emergentes, en las que los niveles del pensamiento, el sentimiento y el movimiento son abordados como interfaces de una sola corriente de conciencia. La sintergética constituye una aproximación a esa visión sistémica.

 

Autor: Jorge Carvajal P.

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