Unalma

Adiós al 2020, un maestro inolvidable

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Adiós al 2020, un maestro inolvidable

Por: Jorge Carvajal

 

Querido 2020:

No has sido un año más en el calendario de los siglos. Has quedado inscrito en nuestra biografía, en la misma biología, en la epopeya de la supervivencia y en nuestro propio corazón.

No has sido tan sólo la tormenta perfecta, generada por la conjunción del efecto invernadero, la explotación de la naturaleza, los diluvios, los incendios, el consumismo y la injusticia. O por la triple conjunción de Júpiter, Saturno y Plutón. No, has representado también la bifurcación en el rumbo de nuestra vida revelándonos que de seguir como íbamos caeríamos todos al abismo de la sexta gran extinción de la gran cadena planetaria de la vida.

¿Cuántos se murieron en tu tiempo, que no tendrían porqué haber muerto así, en esa muerte dolorosa y prematura de la enfermera, del médico, del padre o del abuelo, que nos dejaron, cuando aún su salud y su vida irradiaban plenitud? Es cierto que es un ínfimo porcentaje de los casi 8000 millones de seres humanos que ya somos, pero la vida no es sólo un asunto de frías estadísticas. No, la madre, la abuela, el compañero, el amigo, los conocidos, y aún los desconocidos, cada uno de ellos, son para nosotros mucho más que el ciento por ciento. Cada vida humana cuenta en la economía del infinito, condensada en el seno de este templo de la naturaleza que es nuestro cuerpo.

En esta noche oscura del alma, hemos vivido como si el espacio tiempo extenso de millones de años luz, se hubieran precipitado en el agujero negro de este año, para someternos a todos a las enormes energías de un aprendizaje intenso.

Has sido 2020 como la matriz del tiempo, en la que quedamos sometidos a un acelerado y doloroso nacimiento. Como si nuestra propia sustancia fuera el tiempo, te sentimos adentro esculpiendo con el cincel del dolor la verdad desnuda del presente, la presencia, y el amor. En este proceso de parto que ya dura un año largo, hemos ido renunciando a lo que no somos. En la medida en que el fuego de tu tiempo intenso fue consumiendo todo aquello que en la vida nos sobraba, fuimos descubriendo que en el alma nada, nada, nos faltaba.

 

Ya no hay tiempo, querido año, para desgastarnos en juicios, separatismos, críticas y victimismos. Desde la desnudez del aprendiz que somos, nos has llevado a saber de la humildad y de la vulnerabilidad. De la adaptabilidad, de la sencillez y de la resiliencia.

Hemos aprendido en este tiempo, que el cambio necesario es un asunto de conciencia. La tormenta nos condujo a naufragar, para salir al fin del espacio tiempo estéril de la rutina y de la comodidad.

El péndulo de nuestro corazón se ha sincronizado en este tiempo al corazón de la naturaleza y, despertando abruptamente a la conciencia de la unidad, nos estamos sanando todos en una corriente de solidaridad, altruismo, compasión y buena voluntad. La enfermedad colectiva ha despertado el potencial de las ciencias de la vida. Cambió nuestra percepción de la salud, de la tecnología y de la economía. Hemos aprendido en vivo el misterio del entrelazamiento cuántico, sintiendo que estamos entretejidos a toda la naturaleza. Desde la medicina, la educación y la política, vamos aprendiendo que la única alternativa válida para preservar la vida, es asumir que nuestra vida está indisolublemente unida a todas las formas de la vida. Virus, murciélagos, pangolines, ballenas, reptiles, células, ARN, mariposas o delfines… son afluentes de este torrente de la vida que se precipita en nuestras vidas, ahora que te decimos adiós 2020. Has sido el mejor y más implacable de los maestros. Tus lecciones imborrables y la biografía de este año quedarán inscritas en nuestra misma biología.

Nos has enseñado que el tiempo es interno y que hay momentos más profundamente intensos que todos los tiempos señalados en el calendario. Podríamos optar por llorar, sentirnos víctimas, echarle la culpa a un virus, o a toda la humanidad como si no fuéramos parte de todos ellos. Pero podemos aprender, querido maestro, que somos una parte de todos los otros. Que aquél que se resigna, como el que lucha, que aquél que niega como el que se afirma en la protesta, son facetas de nuestra propia humanidad. Asumimos que aprender es más que conocer, y que la misma muerte nos revela el valor invalorable de la vida.

2020: Interiorizaste nuestro tiempo. Nos lanzaste al abismo de la pausa interior y, en la quietud, todo se aceleró: la investigación, la salud pública, la política. La solidaridad, las comunicaciones. Nuestra capacidad de adaptarnos. Creció a torrentes el dolor y sacó a flote el potencial latente del amor. Crecieron la angustia y la esperanza. El sentimiento de inseguridad y el miedo dieron paso a la aceptación y la confianza. Hoy en tu último día, estamos aprendiendo a tomar el control en medio de la tormenta y, con la herencia de generaciones enteras, estamos ad-portas de conquistar la resiliencia.

Hemos perdido, ganado, llorado, protestado, amado, comprendido. Con fuego del dolor hemos grabado de todo corazón las huellas del amor de aquellos que han partido. Hemos avanzado décadas en los doce meses de un año que parece haber condensado la lección de muchos siglos.

En esta transición histórica hacia un nuevo modo de vivir, asumimos con tu muerte 2020 la hermosa responsabilidad de forjar, unidos, un destino común. Ya no queremos repetir los errores de los antiguos separatismos, y sentimos que nos has enseñado de mil modos la inaplazable necesidad de unirnos. Sentimos 2020, ahora que ya te despedimos, que servir es el mejor modo de vivir y que amarlo todo y a todos sin ninguna condición es la nota clave del alma que somos.

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