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¿Cómo ser constructores de la paz?

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¿Cómo ser constructores de la paz?

 

Introducción

La falsa paz sostenida en el statu quo de la separación, la discriminación y el egoísmo, nos ha conducido a la indiferencia, que es una forma solapada de violencia. Inspirados en los cuatro pilares de la paz, la verdad, la justicia y la libertad y el amor, propuestos por Juan XXIII, en su encíclica Pacem in terris, nos proponemos esta reflexión como una invitación para que cada uno pueda ser artífice de la paz que anhela para el mundo.

Estos pilares de la paz se integran en el amor, que por su propia naturaleza es liberador, justo y verdadero: El amor es un revelador de la verdad, disipando las fuerzas del separatismo, que nacen en el egoísmo y apuntan en dirección contraria a las corrientes de la vida.

El amor ordena y restaura el equilibrio, que es la materia prima de la justicia. 

El verdadero amor es liberador y activa la expresión única de nuestro potencial. 

La verdad, la justicia, la libertad y el amor son como semillas que florecen en la tierra de la paz.

¿Cómo construir la paz en medio de la tormenta? 

Asistimos hoy al desafío mayor de acrecentar la paz en medio de una gran turbulencia generada por la pandemia y sus secuelas, que han incrementado a un nivel crítico los índices de pobreza. El desbordamiento social ha sido la consecuencia en medio de las cifras más altas de contagio y de muerte, lo que somete a una tensión insoportable una red hospitalaria y una economía al límite. 

La pandemia llevó al hambre a los más pobres, empobreció a la clase media, debilitó el tejido empresarial generador de puestos de trabajo y enriqueció las grandes corporaciones transnacionales. El blanco no puede ser ningún ser humano. El medio no puede ser el odio o la venganza que ahondan las heridas de la intolerancia y la discriminación. Combatir la miseria destruyendo empleos, bloqueando el transporte de alimentos, sitiando por hambre ciudades y pueblos y destruyendo los sistemas de transporte masivo, no puede ser ya un mayor contrasentido. 

La corrupción, veneno de la paz

Una falsa paz sostenida por la injusticia, es una guerra fría no declarada, que de tanto en tanto da lugar a conflagraciones violentas. El combustible de esta guerra, ya sea fría o declarada, es la corrupción, que financia los grupos de poder, cualquiera que sea su color. La corrupción de arriba o de debajo, de izquierda o de derecha sigue siendo corrupción, el cáncer más letal de nuestras sociedades, que ha partido del egoísmo, el separatismo y la ambición. Con ellos se rompe el contrato social, se eliminan los valores y todo principio ético. Para obtener los fines excluyentes de nuestro grupo se justifican todos los medios. Así empleamos la guerra para la paz, la corrupción para la depuración, la mentira y la manipulación para afirmar nuestra verdad. Eliminar de algún modo los contrarios se convierte en el camino y el destino. 

Afluentes de este río revuelto de una polarización cada vez mayor, son la manipulación de la verdad, el victimismo que nos hace perder hasta la dignidad, el desarraigo y la falta de ese sentido de pertenencia que nutre la verdadera identidad y, sobre todo, la pérdida de la esperanza. Un presente sin pasado, sin presencia y sin porvenir, es un tiempo interior sin verdad, sin justicia, sin amor y sin libertad. Ese presente no puede ser el tiempo de la paz.

Los beneficiarios de esta “guerra por la paz”

Por acción o por omisión, se ha permitido que el agua fresca de la protesta justa y pacífica sea contaminada por el veneno de las mafias que han sido, al fin de cuentas, las únicas beneficiarias (los últimos meses el único renglón que no ha sufrido por los bloqueos son los productores de cocaína cuyas exportaciones han crecido más de un treinta por ciento). Mientras tanto quiebran los pequeños y medianos empresarios y centenares de miles de empleos se perderán irremisiblemente. Las aguas están envenenadas con el dinero del narcotráfico que financia políticos corruptos y narco-guerrillas (que a su vez financian el vandalismo para buscar víctimas y convertir el terrorismo en heroísmo). No es esa la paz fraterna con verdad y con justicia que Colombia y el mundo necesitan. Por esa vía todos perderemos el poder de autoafirmarnos de verdad. Hoy los tres poderes están infiltrados por la corrupción, el enemigo mayor de la paz. Mientras la corrupción “hace su agosto” vemos la gente en las calles tratando de llegar a los lugares de vacunación o sus puestos de trabajo. Mientras nos manifestamos por la salud y la vida, disparamos sin ninguna responsabilidad la curva de muertes y contagios. 

Estamos confundidos por las mentiras que han distorsionado a todos los niveles la verdad que es condición de la justicia. Entre tanto los fondos buitres, de seguro ahora como carroñeros se nutrirán de los países que han perdido su calificación de riesgo y seremos víctimas de intereses usureros. El enemigo no es el pueblo colombiano negro mestizo, blanco o mulato. El enemigo no es el gobierno de turno, la empresa o el empresario. La verdad es que hemos de unirnos para eliminar el veneno de la corrupción que contamina la sangre de la patria.

No nos confundamos. Extendamos las manos y abramos los corazones, cerremos juntos la brecha de la injusticia. Vamos más allá de las buenas intenciones y neguémonos a ser carne de cañón en una guerra infiltrada por la corrupción, que al final de cuentas desde la izquierda o desde la derecha seguirá reinando, si nos permitimos ser víctimas de la confusión creada. Porque “en río revuelto ganancia de pescador”. Y aquí ya sabemos quiénes pescan. 

¿Cómo ser constructores de la paz? 

Pero la paz no es una condición externa. Se construye desde abajo, desde uno mismo, desde la familia. Implica cultivar la coherencia, la transparencia y la humildad que nos permite ser honestos. Esa es nuestra verdad, la que somos y no la que consumimos. Implica cultivar la justicia, el equilibrio entre el ejercicio de nuestros derechos y la responsabilidad con nuestros deberes. Implica el cultivo de un espíritu libre nutrido por el amor a la belleza, a la bondad y a la verdad, esos valores nos convierten en ciudadanos planetarios. 

La paz no puede tener el precio de renunciar a la propia dignidad. La paz es posible en el centro de la tormenta, es quietud dentro del movimiento, es el silencio imperturbable del ojo del huracán. Lejos de ser una actitud pasiva la paz es el resultado heroico de la honestidad a toda prueba, del compromiso con los cambios indispensables para generar la estabilidad dinámica que caracteriza la evolución social. 

¿Cuál es la paz que sostenemos o buscamos? Hemos confundido la paz con resignación, la inmovilidad, y la resistencia al cambio. La paz no puede ser la paz de los cementerios, la de la renuncia a nuestros derechos, la de negación de nuestros deberes. La falsa paz del olvido nos ha llevado a un verdadero Alzheimer cultural, por el que repetimos una y otra vez las lecciones de la historia. 

Resistirnos al dolor de nuestras propias heridas sólo ha conducido al sufrimiento, el victimismo y la resistencia que impidieron una genuina resiliencia. Tratamientos sintomáticos para la gangrena de la corrupción solo llevan a postergar peligrosamente la solución. 

¿Queremos la paz del statu quo, que congela la mentira y la convierte en verdad a fuerza de repetirla? 

¿Creemos aún que es posible la paz de una indiferencia que sostiene la injusticia? 

No puede no ser violenta la paz impuesta por una corrupción amparada por la tutela de una legislación injusta. Una paz sin valores es todo lo contrario de la paz, una paz impuesta por los vencedores sobre los vencidos sólo garantiza la violencia sostenida de una guerra fría en la que todos somos de antemano perdedores, salvo los señores de la guerra. 

 

Que la verdad, la coherencia y la transparencia nos lleven al poder mayor de la honestidad.

Que la autoafirmación y la dignidad nos lleven a disfrutar la identidad de ser ciudadanos de una patria justa, en la que disfrutemos del equilibrio de ejercer nuestros derechos y cumplir nuestros deberes con plena responsabilidad.

Que la interdependencia nos lleve a disfrutar la libertad de abrazar la diversidad que embellece la unidad. 

Que cada uno de nosotros pueda ser la paz que el mundo necesita.

 

Autor: Jorge Carvajal 

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