Unalma

Hacia una cultura del alma

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Hacia una cultura del alma

 

No estamos solos en el universo. No estamos solos en la tierra. Pero vivimos como si la corriente de vida que une tierra y cielo, no contara. Indiferentes al océano del Krill y las ballenas, al coral, las algas y las expresiones de vida unicelular que se han unido en nosotros en un proceso de miles de millones de años. Indiferentes al cielo estrellado que también está en el firmamento de nuestra noche interna, encendemos la luz artificial y el aire acondicionado y olvidamos el verano ardiente, los bosques consumidos, los millones de formas vivientes calcinadas y la densidad de las tinieblas que viven los millones de humanos desplazados. 

 

Pueden ser alfa, delta o lambda las variables en la profundidad del cambio, pero no están separadas de ningún modo de la variable humana. ¿Qué hemos hecho? ¿Qué hacemos? Hacemos lo que hacemos por lo que creemos que somos, y si nos vemos a nosotros mismos separados pues lo que hacemos no puede no conducir a afirmar la separación en forma de supremacía, explotación, ataque, fuga o competencia. Así, aunque la realidad espiritual de la física y la biología nos demuestran de mil modos que estamos íntimamente conectados a todo, vivimos solos, profundamente sedientos de nosotros, buscando por todos los caminos del no ser la infinita realidad del ser. No siendo lo que somos, nos negamos afirmándonos en la explotación y la destrucción del orden natural que somos. 

Nos dice una antigua tradición transhimaláyica, que dos grandes corrientes evolutivas, la dévica y la humana, están destinadas a unirse en una síntesis de amor e inteligencia, para expresar la belleza del plan del Creador. Pareciera que hoy hemos llegado el tiempo intenso en que el reino humano y el reino angélico se encuentran en el canal del segundo nacimiento, una epopeya bellamente sugerida en el nacimiento de Jesús de Nazareth. Es el nacimiento a nuestra segunda inocencia, la inocencia consciente, que revela la luz del Angel de la guarda, el alma en nosotros. En ese nacimiento, desde la matriz del corazón, se enciende una ardiente aspiración por regresar al hogar del Padre. Atisbos de unidad, se experimentan con la alegría de esa nueva inocencia. Y comprendemos que la magia de la vida es entregarla. Aprendices permanentes, en el alma somos todos el proceso de cambio del mundo, sucediéndonos. 

 

Aprender la tarea del alma, que las grandes crisis aceleran, a condición de remontar la antigua tendencia de afrontar los retos desde la reacción de ataque o de huída. 

Duele la crisis, y es más intensa cuanto más nos hemos alejado de nosotros. Ahora no se trata de negar el dolor, es la hora de asimilar su lección. Nos alejamos de nosotros. Nos identificamos con lo que vestimos, con los sentidos, con lo que consumimos. Nos identificamos con el cuerpo y confundimos el instrumento con la música de la vida. Terminamos creyendo que la vida es el cuerpo, vivimos para el cuerpo y nos perdimos la vida. Nos perdimos de nosotros y, al hacerlo, perdimos a los otros. Así nos separamos. No sentimos el alma y nos identificamos con la apariencia. Nos alejamos del reino humano y del reino angélico. Explotamos la naturaleza y viviendo para las formas y las apariencias negamos nuestra naturaleza interna. 

Entonces se produce la tan temida como necesaria crisis: una creciente que arrasa el lodo y desborda las orillas. Todo se remueve. Sale a flote la corrupción. No sólo la de todos los otros. Dejamos de tirarnos piedras y escuchamos esa voz de la conciencia crística que nos pregunta quien se siente digno de lanzar una sola piedra a María Magdalena. Ella es la misma María en ti, en mí, en toda la creación, la sustancia pura que revela la luz del espíritu.

 

Nadie vino a sufrir, aunque el aprendizaje de la vida duela. Ningún ser humano encarnó para morir de hambre. Ese no es su Karma. Es sobre todo el karma nuestro. La primera ley del alma es la de la responsabilidad. África, América, el tercer mundo y el primero son nuestro mundo: la responsabilidad es de todos. El único pecado capital es el de la indiferencia, que nos separa del nosotros que entre todos somos. Es la indiferencia al alma humana. Como peces sedientos en el océano del alma, no hemos reconocido en cada gota humana una versión única del océano espiritual que con todo conformamos.

Vivimos una crisis biológica, económica y social revelándonos la necesidad de cambiar de dirección porque, sin lugar a dudas, el seguir como íbamos nos llevará a un separatismo y una destrucción mayor. 

Ahora sólo queda despertar el valor heroico de renunciar a lo que no somos, descontaminar el corazón de toda sombra de ambición y corrupción, aceptar con humildad la vulnerabilidad que nos permitirá restaurar la bella sencillez que da el saber que somos en esencia el alma. Ya no habrá más necesidad de imitarnos, compararnos, repetirnos, o competir. La riqueza mayor será la de compartirlo todo hasta el vacío para que el agua fresca del alma humana siga fluyendo por el cauce de humanidad, que entre todos constituimos. Ligeros de equipaje continuaremos el viaje , sin la terrible carga de la separación. Y cada gota se sabrá mar, y cada ser humano, universo único. Será la cultura del alma. 

 

Autor: Jorge Carvajal P.

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