Unalma

Victidemia, la otra pandemia

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Victidemia, la otra pandemia

 

¿Qué va a ser de nosotros ? 

A propósito de la victidemia, una epidemia de victimitis agudizada por la infodemia y la pobreza post-pandémica. 

 

No tiene sentido convertir la vida en un juego entre víctimas y verdugos. Asumir la postura de la víctima es renunciar a la propia dignidad y empoderar a quienes hemos asignado el rol de los verdugos. 

No renunciemos jamás al poder mayor que nos da la responsabilidad, ejercida no solo como un deber sino como el más bello de los derechos humanos. 

 

¿Hemos aprendido y asumido la lección? 

¿Reconocemos el contexto que nos ha llevado a esa bifurcación, en la que nuestro mundo no será ya nunca igual después de la pandemia? 

Lo que emerja de este caos, dependerá en buena parte de nosotros.

La enfermedad del victimismo

En el caldo de cultivo del efecto invernadero, con el cambio climático y el clima implacable de la inequidad, se han exaltado los extremos. Extrema izquierda, extrema derecha, confusión extrema. También se recalientan los ánimos, se descontextualiza, se juzga y se culpa. El victimismo extremo, el más contagioso de los virus sociales, infecta ya la venidera postpandemia. Este es el contexto de lo que denominaremos simplemente “victidemia”.

Asumir la actitud de víctimas no sólo nos impide aprender la lección de las crisis, sino que nos lleva a delegar el poder en los verdugos, reales o imaginarios. Ninguna vacuna social, ninguna concesión es suficiente para contener la victimitis individual y la colectiva, convertida en victidemia. 

Hay una solución que puede funcionar: tomar conciencia y asumir con dignidad tanto nuestros derechos como nuestra responsabilidad social. Así podemos convertir el temor en confianza, la ira en heroísmo, la tristeza en serenidad y el fanatismo en una genuina devoción por la vida. 

El mal de la victidemia se replica y muta en el caldo de cultivo de la turba irreflexiva y, al igual que el cáncer, se reproduce en el terreno del caos y el desorden para destruir su propio huésped, sin advertir que al hacerlo se condena a su propia muerte. Y esto porque los medios empleados son contrarios a los fines propuestos. Se reclama empleo destruyendo empresas, se propone mejorar la movilidad mientras se destruye el transporte público, se promueve la solidaridad social, creando desabastecimiento para millones de personas, se habla de la paz desde la provocación, el insulto y el odio. Se recurre a modelos trasnochados y superados de lucha de clases con ideologías sucesivamente desgastadas y reencauchadas que han conducido países enteros a la ruina económica y humana. 

Más allá de la manada

Regresamos a un estadio primitivo del desarrollo humano cuando adoptamos la ley de la manada. Atacar o huir es una estrategia primitiva de supervivencia, que provoca colectivamente los movimientos incontrolados de las estampidas. El estrés de acciones masivas precipitadas en corrientes colectivas desbordadas, libera sustancias involucradas con los circuitos del placer. Así, los circuitos cerebrales de recompensa pueden ser paradójicamente activados por las corrientes más destructivas y violentas. 

 

El victimismo, es como un virus letal que convierte al miedo en pánico, al pánico en terror y al terror en terrorismo. El victimismo convierte la ira, que produce la justa indignación por la injusticia, en la venganza destructiva que desencadena los peores actos de injusticia.

 

Hay quienes se han identificado con el rol de víctimas y verdugos, es cierto, pero dividir el mundo entre los dos nos lleva a perder la propia identidad, para asumir la del uno o la del otro. Nos enmascaramos en el anonimato para eludir la responsabilidad que solo da la dignidad de responder por uno mismo. La víctima adopta una falsa identidad y vive para culpar de lo que le ocurre a los demás. El victimismo, es como un virus letal que convierte el miedo en pánico, el pánico en terror y el terror en terrorismo. El victimismo puede convertir la ira, que produce la justa indignación por la injusticia, en la venganza destructiva que desencadena los peores actos de injusticia.

Sumergidos en la corriente colectiva anónima del victimismo, destruimos el contrato social, fundado en la reciprocidad de derechos y deberes, y negamos la fuerza transformadora de nuestra propia responsabilidad, el mejor aporte del alma humana al mundo. Nos sumergimos en la hiper-polarización que agudiza las posiciones irreconciliables en los extremos de la derecha o de la izquierda. Nos convertimos en idiotas útiles de políticos populistas, ambiciosos y corruptos, que con señuelos de división y separatismo, pescan en el río revuelto de las verdades a medias y las mentiras irreflexivas que se convierten en “verdades” a fuerza de repetirlas. 

Así, construimos una falsa identidad cuyo fundamento es el rechazo de los otros. Así, nos dividimos entre los buenos y los malos. Así, nos deshumanizamos. Así, perdemos la memoria, falseamos la historia, nos convertimos en fanáticos y seguidores, y abrazamos una ideología que nos impide cultivar los valores e ideales de la propia vida. 

Necesitamos una nueva cultura de relaciones humanas, pero las semillas de ese cultivo no pueden ser las de los verdugos o las víctimas. La cosecha de la dignidad implica que cada uno pueda asumir con entereza su responsabilidad, la única manera de generar el equilibrio entre los deberes y los derechos, que darán lugar a un nuevo contrato social, donde la paz, la justicia y la libertad se conviertan en el orden de una nueva realidad. 

Para no ser víctima de otras víctimas 

La combinación explosiva de sentimientos de confusión, miedo, soledad, tristeza, ira, sumada a la infodemia de una guerra de informaciones virulentas y tóxicas, ha llevado a que mucha gente pierda su salud mental. El día en que los padres, los hijos, los hermanos, las familias asumen el juego perverso de las víctimas y los verdugos, renuncian al sano intercambio de la diversidad de las ideas y terminan divididos en torno a ideologías. Víctimas unos de otros, terminamos siendo todos víctimas de todos y, lo peor de todo, víctimas de nosotros mismos, al haber renunciado a la identidad genuina que permite al ser humano reflexionar, responder conscientemente y corresponder al mundo, con la nota única que cada uno tiene para dar. 

 

¿Qué tenemos para ofrecer? ¿Qué vamos a dar de nosotros además de quejas y lamentos? Conquistemos la dignidad de recibir, sin hipotecar la libertad. Así nunca seremos mercenarios. 

Hemos caído en cuenta que habrá verdugos siempre que haya víctimas y que el verdugo es otra víctima de sí mismo. Afirmarse contra los demás no es afirmación de la propia dignidad. Esta se deriva de la verdad que vivimos y no de la capacidad de juzgar, culpar y rechazar a los demás. Renunciamos a nuestra dignidad cuando nos permitimos ser víctimas de otras víctimas. 

Cuando nos afirmamos a través del odio y la violencia, cuando hacemos ostentación de los derechos violando los de otros, perdemos la identidad y con ello la propia dignidad. No importa si estamos arriba o abajo, si nos convertimos en rojos o azules, hipotecados en juicios y prejuicios desconocemos la necesidad mayor del ser humano: cambiarnos a nosotros mismos. Por eso Gandhi, ese maestro de la no violencia nos demostró la fuerza de Ahimsa, una corriente tan poderosa como pacífica, de dignidad colectiva, movida por el amor a la verdad. Al final de cuentas con el victimismo, el juicio, la culpa y la venganza, nos convertimos en esclavos de aquello que nos aleja de la paz, la justicia y la libertad que buscamos. 

Todos nos necesitamos

No esperemos que nos den nada sin haberlo merecido, porque nos convertiremos en mendigos. No somos dignos de migajas. Ningún valor es suficiente cuando no nos valoramos. Nuestros valores se valorizan cuando damos lo mejor de nosotros. 

Comprendamos que nuestra mayor riqueza se deriva, mas que de aquello que recibimos, de lo que damos, cuando en cada dar nos entregamos. Así hacemos el vacío. Así nos renovamos. 

No nos enfrentemos por una verdad que no vivimos y no comprendemos. Solo es verdadera la verdad de la vida. Ahora todos somos víctimas de todos los otros, cuando nos enfrentamos por una verdad que no es verdadera, porque no es la del amor. Cuando reconocemos y amamos la diversidad, cobra sentido aquello de amar a otros como a uno mismo. Lo que nos está sucediendo, no es tanto porque no nos reconocen o no nos quieren. ¿Nos reconocemos? ¿Nos queremos? ¿Nos tratamos dignamente? 

Demos a manos llenas de aquello que pretendemos recibir. Porque no podríamos cosechar la paz sembrando la violencia, como no recibiríamos amor dando indiferencia. Si no nos perdonamos, no podremos disfrutar el fruto de las lecciones del pasado. 

No caigamos en esa epidemia del victimismo que siembra incendios y venganzas. No somos víctimas ni verdugos. Somos humanos. Tenemos la responsabilidad de reflexionar y encarnar la realidad, más que usar al antojo sus interpretaciones amañadas y sin fundamento para seguir ideologías, convertidas en mercancías o movimientos de moda. No polaricemos el mundo entre las víctimas y los verdugos, entre los pro y los antivacunas, entre los científicos y los alternativos. O entre los buenos y los malos, los de arriba y los de abajo. La humanidad es con todos, todos la necesitamos. Los pobres del mundo nos necesitan. Los pobres de espíritu, los más pobres de todos los pobres, que son víctimas de su propio egoísmo, también nos necesitan. Nos necesitamos todos.

 

Autor: Jorge Carvajal

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