Los portales del alma
El sendero de la Presencia
Si la vida fuera música, el alma sería ese aprendiz que estudia y ejecuta la partitura, y la personalidad, con sus vibraciones física, emocional y mental, la orquesta de la vida. Hay armonía en nuestra vida cuando logramos la resonancia entre la música del espíritu, el músico del alma y el instrumento de la personalidad.
Vivida desde ese aprendiz permanente, que es el alma, la vida transcurre con la fluidez gozosa de una hermosa danza. Es el alma la música callada que inspira cada movimiento de esa danza.
Afinar el temperamento, templar las cuerdas del carácter, y coordinar el pensar y el sentir con nuestro actuar, facilita el proceso de alineación, para entonar en el servicio las notas sagradas del amor del alma.
En el proceso de aprendizaje que es la vida, el alma es el aprendiz permanente. En esa búsqueda que nos lleva más allá de la apariencia, encontramos en el alma la Presencia que revela en presente nuestra esencia.
Cuando asumimos nuestra responsabilidad humana es el alma quien responde, correspondiendo a un universo cuya unidad está hecha de conectividad, resonancia y correspondencia.
Cuando ya no nos sentimos separados de los otros, el alma nos incluye en el nosotros fraterno que trasciende el ego.
Cuando damos lo mejor de lo que somos, el alma porta en su corriente de amor incondicional nuestra nota única y original.
Cuando en la senda de la soledad resuena la voz de la conciencia, emprendemos el sendero del silencio, que en el alma nos conduce del vivir para los sentidos a una vida vivida con sentido.
Cuando en el fondo del océano del ser encontramos la serenidad, reconocemos esa paz sin condiciones que fluye desde el alma. Desde la profunda paz del alma fluye la calma que apacigua las aguas turbulentas de las emociones revueltas.
Si toda la energía empleada en aferrarnos, fluyera en dirección del desapego, el alma liberaría para nuestra vida el enorme potencial de las energías atrapado en el ego.
Si todos los valores que definen el tener, se consagraran al ser, descubriríamos esos valores que valen para ser, y nuestro camino sería el de las verdades refrendadas con la propia vida.
Cuando se disuelve el ego y ya no nos separamos de la verdad, la bondad y la belleza que en el alma reinan, la personalidad entera se consagra al alma. Cuando vivimos los primeros atisbos de intuición, y pensamientos e intelecto ascienden a la mente superior, el alma integra los conocimientos plurales en el cauce singular de una sabiduría viva. Así, vivida desde la desnuda sencillez del alma, la vida es un camino de expansión progresiva de la conciencia que nos conduce cada vez a un grado mayor de libertad.
Los doce portales del alma son, querido lector, una humilde y cordial invitación inspirada en las enseñanzas de la sabiduría perenne, para emprender el sendero de regreso que conduce al alma, el aprendiz permanente que en esencia somos.
Autor: Jorge Carvajal