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La otra cara de la muerte

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La otra cara de la muerte

En la otra cara de la muerte Jorge Carvajal nos invita a aprender a vivir la muerte mayor, en la que nos retiramos de nuestro cuerpo, a través del aprendizaje de las pequeñas muertes que vivimos en nuestra vida cotidiana.

La otra cara de la muerte - Jorge Carvajal

Es una reflexión alrededor del significado profundo del día de los muertos. Asociadas a rituales culturales que representan el culto y la veneración por los ancestros, estas expresiones son la manifestación de una auténtica conexión con ellos. No se han ido, no sólo viven en nuestros recuerdos, hacen parte de la tierra de nuestros genomas y nuestros cuerpos. Son el sustrato vivo de nuestra biología. Todos ellos son la tierra en la que estamos sembrados, son como el océano profundo que genera el oleaje de nuestras vidas.

Pero el concepto de esta energía ancestral se proyecta a toda la evolución que ondea en sus ciclos de actividad y de pausa, de nacimiento y de muerte. Entre esos ciclos trascurre el intervalo de lo que llamamos la vida. Pero sin muerte no hay renovación, renacimiento. Sin muerte no hay vida, como si la muerte fuera sustancial a la vida, podríamos pensar que este proceso de renovación continua representado en la vida necesita la muerte como agente de trasmutación y de cambio.

Si la vida es un proceso de aprendizaje, es la muerte la que precipita el cambio necesario. Muerte es también retiro, pralaya, pausa, ese intervalo silenciosos cuya metáfora más conocida es la de la crisálida. Gracias a este proceso silencioso pero profundamente dinámico de la pausa, la metamorfosis del gusano en mariposa, supone la muerte al gusano que se arrastra para desplegar el vuelo de la mariposa, que aquí es un símbolo del alma.

En el alma que ellos los ancestros son, y en el alma que en esencia somos, estamos íntimamente conectados. Es la comunión de los antos o la comunión de las almas. Celebramos así la vida de nuestros antepasados en nosotros, en presente. Y así los honramos.

¿Se puede aprender a morir? Este aprendizaje es tan importante que en ello nos jugamos la calidad de la vida. No sería posible vivir dignamente luchando contra la muerte. No podríamos llamar vida a lo que es una negación y una fuga de la muerte. Porque la vida y la muerte son indisociables como los son el río y el mar.

Ante la pregunta de cómo morimos surge una propuesta. Lo que llevamos a la muerte es nuestra propia vida. Morimos como vivimos. Aprender a morir es aprender a vivir, y en el aprendizaje de la vida son cruciales las pequeñas muertes. La de la renuncias, la del desapego, la de los finales, la del sueño.

Aprendemos de la muerte en la vida, cuando podemos vivir con sencillez, humildad y alegría, cuando restauramos el perdón y liberamos la energía retenida en los miedos y culpas. Aprendemos de las pequeñas muertes y generamos un entrenamiento para la muerte mayor, cuando vivimos conscientemente la pequeña muerte de la renuncia la ego y aprendemos a morir a lo que no somos.

Aprendemos a morir cuando cultivamos la gratitud que nos permite reconocer la abundancia y la gratuidad de la vida. Morimos cuando dando lo mejor de nosotros, cargamos nuestro corazón con sentimientos de solidaridad. Y altruismo.

Pero sobre todo aprendemos a morir preparando conscientemente el proceso del sueño. Porque el sueño representa una pequeña forma de muerte. Como una propuesta práctica, además de la gratitud se proponen cuatro diferentes vías para abandonar el cuerpo durante el período del sueño, lo que a su vez constituye una forma de comprender de cerca la salida del cuerpo durante el proceso de morir.

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