Unalma

Aprender a morir para vivir

Aprender a morir para vivir

Aprender a morir para vivir

 

“Quisierais conocer el secreto de la muerte, pero cómo lo encontraréis a menos que busquéis en el corazón de la vida… vida y muerte son una, lo mismo que son uno el río y el mar” 

Miguel de Unamuno

 

Introducción 

La vida, la vida de la que participamos con toda la naturaleza , es un proceso evolutivo de aprendizaje que nos contiene y nos trasciende. Creer que con la muerte desaparece la vida es desconocer que realmente en el ser que somos la vida nunca se puede perder. Esta es la causa del temor de morir, que está en la base de buena parte de los temores que nos impiden vivir plenamente. Vivir como si no existiera la necesaria transición de la muerte, o aún peor, luchar a muerte contra la muerte, ha afectado profundamente la calidad de nuestra vida. Si pudiéramos concebir la vida como una corriente continua que no desaparece al morir, si pudiéramos presentir la continuidad de la conciencia más allá de la muerte, abrazaríamos la impermanencia como la evidencia existencial de una vida que permanentemente se renueva. Esto, que en términos de biología es autopoiesis -del griego poiesis, la misma raíz de la palabra poema- nos lleva a concebir la existencia de un aprendiz permanente, que en cada uno da sentido al pasado y futuro en presente. Este aprendiz es el alma inmortal. Como nos dice Carl Gustav Jung: “Nuestra percepción interna conoce los sucesos por venir tan claramente como nuestro pasado histórico. El sentimiento de inmortalidad que surge de estos fundamentos psicológicos, es absolutamente legítimo”.  

Desde la biología de la muerte 

Nacer y morir son procesos sincrónicos en nuestra biología. Más de 800.000 células mueren cada segundo, gracias a lo cual otro tanto están naciendo, en un proceso de regeneración continuo. Estamos renovando todos nuestros átomos, moléculas y células. En unos cuantos meses  la infraestructura molecular se renueva completamente, aunque su patrón de ordenamiento permanezca.

En términos de la biología, la muerte no sólo no es lo contrario de la vida, sino que en muchas condiciones es una condición esencial para su evolución. Nuestros organismos están dotados con un programa ordenado -la apoptosis o muerte celular programada- para la eliminación de las células envejecidas y la activación de los procesos regenerativos. Muchas enfermedades crónicas, como las autoinmunes y el cáncer son  una alteración de ese programa de muerte tan necesario a la vida. Que algunas células no mueran a tiempo y se reproduzcan indefinidamente se convierte en una catástrofe para la supervivencia. Es como si resistirse a la muerte fuera un modo de resistirse a la vida.

La muerte facilita cambios cualitativos de la vida o transiciones de fase, por lo que cada muerte, pequeña o grande, es una pausa necesaria a la expresión de los ciclos vitales. Cada nacimiento es una inspiración, cada muerte es como una espiración y, el alma es quien inspira y espira en el incesante ciclo de nacimientos y muertes. 

El alma es el aprendiz que en el nivel humano da sentido a todo el ciclo de vidas. El arte de nacer y morir es una vieja práctica del alma. ¿Cuántas veces hemos nacido, cuántas veces hemos muerto, cuánto hemos vivido aprendiendo? Cuántas vidas hemos vivido repitiendo las lecciones no aprendidas. Tal vez cuando la muerte no sea vivida como  un desgarrador proceso de pérdida, accederemos a esa continuidad de la conciencia que nos lleva a considerar la muerte como un proceso de transición de la vida. 

Más allá de la biología, en un sentido profundamente humano, vivir es mucho más que conservar los signos vitales. Ya al nacer empezamos a morir, de hecho millones de neuronas que no se han conectado, morirán antes del nacimiento.

Cuando el hielo se derrite y luego se evapora, el agua cambia de estado pero su esencia de agua no se pierde. Derretimos el hielo, nos disolvemos, encauzamos la corriente, encendemos el fuego del amor y, antes como después de la muerte, nuestra esencia viva permanece.

 

“Nada muere, nada puede morir. Hasta la palabra más futil que digas es como una semilla arrojada al tiempo, la cual fructificará dentro de la eternidad” 

Carlyle

 

Entre el nacimiento y la muerte transcurre la vida la conciencia 

¿Vivimos? ¿Cuánto vivimos? Vivir no es durar, ni perdurar, el cambio es la constante de lo que vive. Resistirse a cambiar es resistirse a vivir. Un día cambiaremos de dimensión, daremos el salto a un nuevo orbital de la vida. Habremos ido a una nueva dimensión posible en nosotros. 

¿Cuán intensamente, cómo vivimos? La vida sucede en el espacio-tiempo, pero no es el espacio del cuerpo ni la vibración de la energía, ni siquiera el pensamiento o el amor. Hay algo que alienta más allá del universo tangible. Como un sonido primordial que ha originado todos los armónicos. 

El proceso de la vida en los seres y las cosas se expresa en distintos ritmos y tiempos. Podríamos ver en la piedra una vida lenta que tal vez se mueva en millones de años para alcanzar la ordenada dimensión de una gema. Pero en el ser humano ha ocurrido un cambio cualitativo como si toda la creación hubiera dado un salto hacia la individualización que permitió la magia de la reflexión. Las expresiones de una vida instintiva, vegetativa o reactiva ascendieron impulsadas por poderosas fuerzas colectivas. Accedemos a esa cualidad de la vida que caracteriza la consciencia de la conciencia. En esa consciencia reflexiva, nuestra vida no es sólo existencia, es una esencia especial como el aliento vital de una semilla que germina en el anhelo y la aspiración, en el amor, en el pensamiento y en la intuición. En la capacidad de desapegarse, de reconocer el no ser y renunciar a él, de inspirarse y renovarse, nuestra humanidad accede  plenamente a esa dimensión de la vida que incluye la muerte. 

El pulso de la vida ondea, pero la vida no es sólo la onda: es esa cosa intangible que ondea y trasciende los pulsos a través de los cuales el ritmo  se expresa.  Unidos en la misma corriente que les da coherencia, la danza, la música y el músico son niveles de vida integrados en el alma, quien en nosotros aprende y rige los ciclos de nacimiento y de muerte. 

Morir a lo que no es esencial

La confusión de la vida con el instrumento del cuerpo nos lleva a la pretensión de atrapar la vida en el cuerpo, y a generar una cultura que consagra la vida al cuerpo en lugar de consagrar el cuerpo a la vida.  Nos resistimos a la transitoriedad de la vida en el cuerpo, pues ignoramos que la impermanencia es la clave para el aprendizaje continuo del alma. “Todo pasa y nada queda decía el poeta”, “pero lo nuestro es pasar”. “Esto también pasará”  era la inscripción en el anillo de Salomón. Tenemos claros indicios de la sabiduría implícita en la noción de impermanencia. Lo nuestro en el alma, es pasar, cambiar. Aprender. El alma es el aprendiz, que se retira cuando las lecciones de un ciclo han sido aprendidas. Resistirse al aprendiz, es apegarse a la falsa estabilidad del no ser y estar condenado a la ignorancia, la mayor fuente de sufrimiento. 

La muerte resuelve el tema de la vida, que nunca termina con la experiencia vivida en el cuerpo. Morir, si, a lo que ya no es necesario, pues ya lo hemos aprendido. Nos vamos con el único tesoro que nos podemos llevar de esta vida: las lecciones aprendidas. 

Vivimos cuando morimos, si resolvemos la confusión del sentido de la vida con el cuerpo, con el placer o el poder. Vivimos una vida llena de sentido cuando experimentamos en cada final un nuevo comienzo. La vida no tiene sentido sin la muerte que demarca un cambio de dimensión, y una expansión de la vida. Nos encarnamos en las lecciones aprendidas: Son esas experiencias intensas que permiten la expansión de la conciencia y renuevan la vida. 

Optar por la vida: aceptar la muerte

Vivir es un proceso de renacimiento continuo que lleva implícita la muerte. Proyecta tu luz al presente, que en presente se unen la muerte y la vida.  Alumbra en tus propias tinieblas el misterio de la vida latente. 

Opta por la vida: acepta la muerte, que sin muerte no puede existir el renacimiento, la nota clave de una vida necesita la muerte.  

Lo que no muere, no nace, no vive. Emerge del manantial de la vida naciente. Reconoce en el alma ese puente que une pasado y futuro al presente, para que antes de la vida y después de la vida en ti sea siempre la vida. Hay un espacio entre la muerte y el nacimiento que ocupa la vida. 

Renunciar, aceptar la muerte, rendirse, son claves de vida, que ama la leve quietud del vacío y el silencio. Que hagas de la vida el arte de ser el habitante de tus instantes. Opta por la vida, expresa la vida. Crear cada instante la nueva vida y disfrutarla. Que la vida en ti se recree.

Muerte. Disolución y resolución 

Todo en el universo vibra, oscila, se enciende y se apaga periódicamente. Todo nace, y muere. Todo inspira, espira, vive. Vivir es como respirar, en la inspiración, como un nacimiento, sucede la vida, en la espiración, como una muerte, la vida continúa. Antes y después de la vida y la muerte, la continuidad de la vida. 

Así como el río abandona su cauce cuando llega al mar, un día la vida abandona su cuerpo. La vida es como el agua que sólo revela su potencial cuando se descongela, y fluye; cuando se evapora o cae en la lluvia; cuando es gota de agua en la gota, en el río, el mar o la nube. Este es el misterio de la vida como agua abundante. Su abundancia es cambiar su modo de manifestación sin perder su esencia de vida. Consolidarse, derretirse, fluir al evaporarse, agua agua, vida vida. Una semilla de vida en la tierra, en el fruto y la flor. El diseño de la semilla multiplicado al infinito. El gusano muere y tal vez no veamos la energía de su vida transmutada en alas. Muere la semilla para dar vida a la plántula y la muerte de la flor anuncia el fruto. 

 

“La naturaleza no es sino un vasto depósito de vida y materia donde nada se pierde ni muere, no importa cuánto y cuán caleidoscópicamente cambien las formas en menos de lo que dura un parpadeo. Es a este proceso de transformación al que comúnmente se le llama muerte”

Kyrpal Singh

 

“La muerte ya venía conmigo al nacer pero yo la regalé al vivir…”

Anónimo

 

Todos los días al despertar asistimos al ritual de un nuevo nacimiento y al dormir, vivimos una pequeña muerte en la que la consciencia se retira del cuerpo.  El sueño es como un ensayo diario de la muerte. El despertar es como un nuevo nacimiento. Las pérdidas, las renuncias, las pausas, los finales, son variedades de la muerte, transiciones de fase que traen dimensiones nuevas de una sola vida. 

¿Muere el río? No, se baña en el mar, donde sus aguas continúan el viaje. ¿Muere el hielo? No, se descongela. Se evapora el agua, tal vez se seque el lago pero un día volverá a llover. Es el misterio de la permanente impermanencia. Todo va naciendo. Todo va muriendo. Todo vive y todo ondea. Oleajes, ondas de ondas congeladas en la materia, musicalizadas en el sonido, precipitándose y emergiendo del vacío. 

No temas disolverte, que todo el proceso de la evolución sigue el gran principio de la disolución. Lo que no se disuelve, no se resuelve. 

La tierra se disuelve en el agua, que se evapora en el fuego para disolverse en el aire, y todos se disuelven en el éter, el campo cuántico, el vacío. Al final, siempre la solución es una disolución. 

¿En qué nos disolvemos?. ¿Adónde vamos? Como agua abundante, el amor es el disolvente universal. Todo se resuelve y cobra sentido en el amor. ¿Adónde nos vamos? A nosotros. A Dios. Al universo que somos. Nos vamos de este cuerpo, pero jamás nos iremos de nosotros. Seremos distintos en nuestra expresión, tendremos otros modos y presencias pero nuestra esencia siempre habitará en cada manifestación de la existencia. Seremos agua abundante de la vida, un amor que una y otra vez nos vuelve a unir a lo que somos. A quienes son en nosotros.  Cuando reina el amor, el orden que ordena la verdad y la belleza permanecen en aquello que siempre se renueva. El amor es el orden y lo que ordena, es lo que permanece en aquello que siempre se renueva… no perderás el cariño, la ternura, el abrazo, el servicio.  

 

Servir, morir, vivir: la muerte en sí misma es un proceso de servicio, por lo que muerte y servicio pueden ser considerados sólo dos aspectos de lo mismo. Te liberas y te renuevas cuando das lo mejor de ti. El servicio es la expresión de un principio global de liberación que rige la creación. Como la muerte, el servicio libera la conciencia aprisionada.

Epílogo

Este poema se encontró en un sobre dejado por un soldado muerto por la explosión de una mina cerca de Londonderry en 1989. Fue leído por su padre en la BBC, el día del recuerdo de los difuntos de 1995, evocando una gran y cálida respuesta por parte de la audiencia.

No llores sobre mi tumba

No estoy ahí.

Yo no duermo.

Soy los mil vientos que soplan.

Soy los brillos de diamante en la nieve.

Soy la luz del sol en el grano maduro.

Soy la suave lluvia del otoño.

Cuando te despiertas en el silencio de la mañana,

Soy el tropel que se eleva de los pájaros silenciosos en vuelo circular.

Soy las suaves estrellas que brillan por la noche.

No llores sobre mi tumba,

No estoy ahí.

No he muerto.

 

Autor: Jorge Carvajal P.

Salir de la versión móvil